El 9 de marzo de 1918 el Congreso de Estados Unidos promulgó la ley que puso en vigencia la “hora de ahorro de luz de día”. El origen de esta iniciativa era originalmente económico y tenía que ver con la posibilidad de ahorrar energía aprovechando más luz del sol en el verano. La idea rebotó en la cámara de los lores en Inglaterra por décadas antes hasta que en la 1ra Guerra Mundial los alemanes lo adoptaron haciendo efecto dominó en el resto de los países al norte del Ecuador.
La modalidad tiene cada vez menos amigos y entre sus detractores se encuentra Florida y Arizona que ya tienen legislación aprobada al respecto.
No obstante, a pesar de la poca utilidad práctica de su aplicación, el cambio de hora forma parte de la cultura americana y tiene un impacto sicológico nada despreciable en la concepción nórdica del carácter cíclico del año. Muchos teóricos de la economía, antropólogos y sociólogos concuerdan en la importancia de las estaciones y otros elementos menos climáticos y más culturales para la construcción de la prosperidad. En nuestra civilización moderna, las liturgias de la cosecha han cedido paso a fechas más dedicadas al consumo; la estación de fiestas, que comienza con el otoño, es el trimestre de mayor crecimiento en el PIB.
Este año, el rebote de 33% registrado en la economía americana, puede que encuentre en la coincidencia con las “fiestas del consumo” un buen apoyo para continuar el camino de recuperación, siempre que el resurgimiento de los casos de Covid no arrastren al conglomerado gubernamental a una reacción de pánico. Aún hay mucha incertidumbre y no existe una panacea para el virus, pero sabemos mucho más y tenemos más herramientas de combate a la mano que en marzo pasado.
Esta semana puede que cambie mucho más que solo la hora. Esperemos que la oscuridad no se cierna esta vez para quedarse y esta nación continúe su camino hacia la prosperidad y la seguridad de sus ciudadanos.
ASM