La mejor manera de llegar a la presidencia de un país es con un mandato claro del electorado. Casos como el de Roosevelt, Nixon, Clinton, y Reagan así lo demuestran. Tener un amplio capital político es la mejor garantía para encaminar planes de gobierno ambiciosos y reformas significativas.
El caso de Donald Trump no puede contarse entre estos, ni tampoco su estilo pugnaz fue un facilitador para la ambiciosa agenda resumida en su paquete MAGA. Una que difícilmente podría haber sido cimentada en solo un período. Sin embargo, para finales de 2019 solo los mas aventurados analistas pensaban que algún candidato demócrata podría remotarse a una percepción de bienestar y perspectivas de prosperidad para América no vistas en mucho tiempo.
La economía se bastaba para arropar holgadamente todos los defectos y animadversiones que podrían motorizar una cruzada masiva de voto adverso. Solo el compromiso del candidato con los sectores más radicales del partido demócrata podría brindar esperanza de tener una actuación exitosa en los comicios.
Pero en enero llegó un “atractor extraño“, para utilizar licenciosamente un término de teoría del caos. El Covid-19 se abalanzó sobre el tablero electoral americano trastocando completamente las variables y dejando a Trump en una precaria posición defensiva, obligado a escoger el menor entre dos males: salvar más vidas en el corto plazo, causando un duro estrago a la economía o buscar un equilibrio cuya ejecución sería el blanco ideal para los ataques y acusaciones de mala gestión. Aunque los resultados tempranos de una política de equilibrio fueron muy claros y formidables (30% de crecimiento del PIB en un trimestre) fue demasiado tarde para remontar la cuesta y pretender una victoria clara.
Ahora Biden parece llegar a la presidencia heredando el mismo dilema de su predecesor, pero sometido a tres circunstancias que condicionan seriamente su capital político inicial: los compromisos hechos con sectores radicales de izquierda en el partido demócrata, el velo de duda sobre la forma como se condujo el proceso electoral en estados críticos, y la alta polarización comprobada en la más alta participación de votantes en la historia del país.
Y aunque el presidente prontamente electo ha centrado su campaña en el lema “unidos“, todo indica que primero tendrá que ocuparse de una creciente desunión visible en las filas de su partido, a raíz de la búsqueda de la imposición de una agenda progresiva radical que, de buscar la unión de dos contingentes de ciudadanos que tienen una visión de país, si no diametralmente opuesta, abiertamente distinta.
ASM