Entre mediados y finales de la década pasada, las fuerzas conservadoras y liberales clásicas de Latinoamérica tenían razones para el regocijo. La “marea rosa” de gobiernos de izquierda comenzada por Hugo Chávez y proseguida por Evo Morales, Rafael Correa, etc. estaba en retroceso.
Alejandro Armas / El Político
Candidatos de derecha como Mauricio Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil sorprendían al mundo con sus rápidas carreras hasta la cumbre del poder.
Pero la región se ha movido como un péndulo y ahora el panorama es mucho menos seguro para esas corrientes. La izquierda ha vuelto al poder en Bolivia y Argentina. También se apoderó de los gobiernos de México y Perú por primera vez en décadas. De nuevo, hay cuestionamientos y reproches entre sus adversarios sobré cómo pudo pasar.
Y así, han surgido dos tendencias prominentes en la derecha latinoamericana que compiten por el favor de la ciudadanía. Una trata de ser conciliadora y de lograr cambios poco a poco, cediendo de ser necesario ante la oposición. Otra, mucho más agresiva, no tiene ese tipo de miramientos y se muestra intolerante a la crítica. Ambas han cosechado éxitos y atravesado fracasos.
Los retos de la moderación
El primero de los dos grupos ha tratado de revertir varias de la políticas estatistas dejadas por sus predecesores asociados con el izquierdista Foro de Sao Paulo. Pero lo han hecho tratando de evitar el revanchismo y de tender puentes con sus detractores.
Uno de los primeros paladines de esta causa centroderechista fue Macri en Argentina, quien derrotó al delfín del kirchnerismo en las elecciones presidenciales de 2015. Su cordialidad, sin embargo, no le rindió los frutos esperados. La economía argentina se mantuvo en crisis durante su gobierno y el descontento cundió nuevamente.
Como resultado, el peronismo de izquierda volvió a la Casa Rosada cuatro años más tarde. A lo largo de su período, Macri no solo hubo de enfrentar críticas desde ese lado. A su derecha, muchos le achacaron no ir lo suficientemente lejos en el desmontaje de estructuras que Néstor y Cristina Kirchner desarrollaron, a las que atribuyeron el descalabro económico. Al final, este “gradualismo” le habría costado la reelección a Macri, dicen.
Pero mientras el Presidente argentino sufrió esa derrota, el campo de centroderecha obtuvo una nueva victoria justo al otro lado del Río de la Plata. Luis Lacalle Pou puso fin a cinco lustros de gobiernos del izquierdista Frente Amplio en Uruguay. Tras año y medio, su gobierno estable le ha granjeado la admiración de muchos en la derecha latinoamericana. Pero Uruguay es una nación con una larga tradición cívica, instituciones democráticas fuertes y una economía relativamente próspera. Es por tanto mucho más fácil de gobernar que otros países en la región.
Ecuador es otra historia. Ahí, el también derechista moderado Guillermo Lasso gobierna apenas desde mayo de este año. Su país, considerablemente más pobre que Uruguay, ha pasado en las últimas tres décadas por brotes de inestabilidad, acompañados por fuerte malestar socioeconómico, que han acabado con varios gobiernos. Hasta a Lenín Moreno, predecesor socialdemócrata de Lasso, casi lo derriban en medio de protestas contra el fin del subsidio a la gasolina, finalmente revertido.
La historia parece repetirse, aunque con un ambiente menos tenso. Hace una semana, Lasso anunció un colgamiento del precio del combustible, que había aumentado progresivamente en meses anteriores. Ello en medio de manifestaciones contra dicho incremento. Para algunos, está fue la prueba de que la vida moderada y el “gradualismo” definitivamente no funcionan y se debe ser más drástico.
La reacción populista
La otra derecha es la que se identifica, sin pelos en la lengua, como antítesis del socialismo, moderado o radical, y en un conflicto existencial contra él. No aspira a ningún tipo de entendimiento. Al contrario, polariza y recurre al populismo para distinguir de forma binaria entre “buenos” (seguidores) y “malos” (detractores).
Sin duda, su mayor éxito hasta ahora es la presidencia de Bolsonaro en Brasil. En la historia latinoamericana reciente, todos los populistas exitosos habían sido de izquierda. Pero Bolsonaro, quien venía de ser un diputado en todo caso marginal en el Congreso, ascendió de forma asombrosamente fugaz con su candidatura presidencial de 2018.
Consolidar una base de apoyo una vez en el poder ha sido en cambio un reto duro. Tras los estragos del covid-19 y un manejo defectuoso de la economía, la popularidad de Bolsonaro se ha venido abajo. Más interesante aún, de acuerdo con un gráfico del politólogo brasileño Jairo Nicolau basado en datos de las firmas Genial y Quaest, a Bolsonaro le ha costado más obtener apoyos de los sectores más humildes. El Presidente solo encabeza la intención de votos para las elecciones del próximo año entre los graduados de universidades. En cambio, entre quienes solo han completado la educación básica o menos, aparece en un muy distante segundo lugar, detrás del exmandatario izquierdista Lula da Silva.
El panorama de Bolsonaro encaja con teorías que apuntan a que al populismo de izquierda le es más fácil avanzar que al de derecha en sociedades en vías de desarrollo y con fuertes desigualdades socioeconómicas, como lo son las latinoamericanas. Esto se debe a que las necesidades materiales no satisfechas de buena parte de la población son más fértiles para la explotación de diferencias de clase. Es posible que el triunfo de Bolsonaro en 2018 no haya sido tanto un voto por su populismo ultraconservador como un voto contra la clase política tradicional.
Si Lula aplasta a Bolsonaro en los comicios de 2022, como proyectan las encuestas, sería una dura bofetada a los críticos de la derecha moderada que insisten en un juego más belicoso. Pero para esta corriente hay otros cartuchos que agotar en el corto plazo. José Antonio Kast, populista conservador similar a Bolsonaro, se ha consolidado como uno de los favoritos en las venideras elecciones presidenciales chilenas. En Argentina, está el caso del excéntrico y estridente economista liberal Javier Milei, al frente de un movimiento emergente notable. Piezas con posibilidades no le faltan.