Tras dar positivo por coronavirus y por la situación de las encuestas, el futuro del presidente Donald Trump luce incierto por los momentos. No hay duda de que el mandatario estadounidense no es un presidente tradicional. No se guía por las reglas de otros.
El Político
Hasta ahora Trump ha mostrado síntomas leves del coronavirus, como los de un leve resfriado. Sin embargo, fue trasladado a un hospital militar por "precaución". Ha dicho que seguirá su rutina de trabajo en cuarentena. Un día normal, se levanta sobre las 5:30 de la mañana y a las 6:00 ya está haciendo llamadas. Solo ha dormido tres o cuatro horas y normalmente no comerá nada hasta el almuerzo. Tiene debilidad por la comida basura y los refrescos, pero nunca ha bebido alcohol ni café. Su única actividad deportiva es el golf, que practica muy a menudo a pesar de las críticas. Desde que es presidente ha visitado sus clubes de golf en 280 ocasiones.
Ambiciones salvajes
Una de sus biógrafas, Gwenda Blair, dice que el carácter de Trump ya estaba prefigurado en el de su familia. El magnate ha heredado la visión del mundo que tenía su padre, Fred Trump: la idea de ganar y ser el "rey" al precio que sea, porque los demás quieren lo mismo. Si no les cortas tú el cuello primero, ellos te lo cortarán a ti. Igual que Fred, Donald es tacaño y astuto, y siempre trata de trucar el sistema. De esquivar al fisco, obtener ayudas públicas y retorcerles un brazo a los acreedores. Pero Fred era un hombre tímido. La voluptuosidad social de Donald Trump y su gusto por los focos vienen de su madre, la escocesa Mary Ann McLeod Trump.
El neoyorquino tuvo otros mentores. Uno fue el reverendo Norman Vincent Peale, a cuya misa acudían los Trump cada fin de semana. Peale es el autor de uno de los primeros y más exitosos libros de autoayuda de la historia, ‘El poder del pensamiento positivo’, donde desarrolla su teoría de que el deseo lo puede todo. Uno solo tiene que autoconvencerse de que tendrá éxito, por ejemplo, y el éxito llegará de manera natural. Si es necesario, escriba su meta en un papel 100 veces todas las mañanas y piense en grande: imagínese recibiendo un Óscar, no permita que nada ni nadie le disuada de conseguir lo que usted merece. El libro fue criticado por llevar a la gente al autoengaño y a confiar en métodos poco científicos; por distorsionar su sentido de la realidad. Pero a Trump parece que le sirvió, según reportó elconfidencial
Un dato a considerar es que el magnate proyecta siempre las ambiciones más salvajes; en lugar de hablar de lo que ya existe, de cómo están las cosas, habla de cómo desea que estén. Crea una imagen mental y la proyecta con tanta fuerza que la imagen se acaba realizando. Por ejemplo, la construcción de un rascacielos en la Quinta Avenida con su nombre dorado en lo alto, la Torre Trump, cuando apenas era un treintañero.
Otro mentor de Trump ha sido Roy Cohn, más conocido como "el señor de las tinieblas" o "el hombre más malvado de Estados Unidos". A sus 24 años, Cohn fue la mano derecha del senador Joseph McCarthy en la caza de brujas anticomunista de los años cincuenta. Luego fue abogado de los jefes de la mafia Tony Salerno, Carmine Galante y John Gotti. Desde 1973 representó a los Trump, que habían sido acusados por discriminar presuntamente a los afroamericanos en el alquiler de apartamentos.
Un rasgo del presidente de Estados Unidos es que suele pasar la primera parte del día, hasta las 11 de la mañana, viendo Fox News y tuiteando. Desde la madrugada, varios ayudantes estudian los medios de comunicación para ver qué se dice de los republicanos y los demócratas, y envían a Trump un resumen cada 30 minutos. En cambio, Trump evita leer el Informe Diario Presidencial, que resume las novedades más destacadas de las agencias de inteligencia, y prefiere ser actualizado de viva voz. Según una copia de su agenda obtenida por Axios, Trump atiende las reuniones, recepciones y actos de rigor y pasa la mayor parte del día en soledad: lo que oficialmente se llama "tiempo ejecutivo", y que, según distintos testimonios, consiste en tuitear y ver Fox News.
Ser mediático
La televisión, más que un entretenimiento, es una especie de gimnasio. Es el lugar en el que el presidente entrena la vista y los instintos para saber cómo captar la atención de las masas. Los tuits furibundos que lanza a primera hora de la mañana, cuando las redacciones confeccionan la agenda del día, no son fruto de un exabrupto o de un sexto sentido. Por lo menos no siempre. Detrás hay casi cinco décadas de relaciones con la prensa —portadas, exclusivas, divorcios, litigios, bancarrotas— el idioma del rumor y del escándalo en el que Donald Trump se mueve como una carpa en un río.
De hecho, tanto su presidencia como su campaña política siguen esta manera de operar. Estamos en un ‘reality show’ en el que Trump es el protagonista y nosotros sus comparsas. Da igual que lo veamos como un villano o como un campeón; lo que importa es cortejar a las audiencias, mantenerlas imantadas, que no dejen de mirar aunque estén escupiendo insultos al televisor o en las redes sociales.
En este maremágnum de ruido y emociones también hay un sentido estratégico, una especie de plan, de destino, que ya se manifestaba cuando Donald Trump solo era un joven constructor hambriento. El magnate flirtea con la presidencia desde hace más de 30 años. Su agresividad neoyorquina, su alta estatura, su manera de hablar concisa y directa, su apetito por el combate cuerpo a cuerpo y un narcisismo más allá de toda duda lo colocaban en buena posición para dar el salto a la política. Una pregunta que durante años le seguiría allá donde iba: ¿planea presentarse a presidente?
El problema es que esta parte de su presidencia, la obsesión por estar siempre en el candelero, por agarrar del cuello a la gente para que no deje de mirar, ha nublado los aspectos prácticos de gobernar un país. En solo un mandato ha reemplazado al 91% de sus colaboradores más estrechos, según la contabilidad del Brookings Institute. Casi cuatro de cada diez puestos han visto pasar a varias personas. El presidente dice que simplemente despide a quienes no rinden, pero muchos de quienes se han marchado —de generales a portavoces o consejeros— retratan una administración caótica, atenazada por el miedo, los golpes de mano, las sorpresas.
Solo queda esperar el desenlace de su enfermedad y de la elección presidencial.
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