Las universidades de élite estadounidenses suelen enorgullecerse cuando uno de sus antiguos alumnos llega lejos. Pero Donald Trump, como en tantas otras cosas, es una excepción.
En sus mítines, Trump, que la próxima semana será designado oficialmente el candidato republicano a la Casa Blanca en las elecciones de noviembre, vende su experiencia en la Universidad de Pensilvania como un sinónimo de éxito. Pero él es un anatema en este campus en Filadelfia. Apenas hay rastro suyo en la prestigiosa escuela de negocios Wharton, de la que se licenció en Economía en 1968. La cúpula de la escuela y los profesores rechazan hablar del magnate inmobiliario. Muchos alumnos desconocen que allí estudió el que puede ser el próximo presidente de Estados Unidos. Y los que han decidido hablar de Trump ha sido para criticarle: más de 3.500 estudiantes y trabajadores de Wharton, actuales y pasados, han firmado una carta abierta contra el candidato.
“Rechazamos inequívocamente el uso de su educación en Wharton como plataforma para promover el prejuicio y la intolerancia”, reza la carta, que se titula ‘No nos representas’. “Sus declaraciones discriminatorias son incompatibles con los valores que nos enseñan y que enseñamos en Wharton, y expresamos nuestro compromiso firme con una sociedad americana abierta e inclusiva”, agrega.
Trump se ha mofado de inmigrantes, mujeres y discapacitados, y ha evitado desmarcarse del apoyo de fundamentalistas blancos. El empresario de hoteles y casinos ha combinado esa retórica agresiva con el intento de proyectarse como un gestor eficiente para cortejar a su base de votantes de clase trabajadora blanca. Y, para ello, ha recurrido a su pasado universitario, algo que apenas hacen otros políticos. “Soy muy inteligente. Fui a la escuela de negocios Wharton. Incluso entonces, hace mucho tiempo, era una de las escuelas más difíciles de entrar”, ha dicho. En otra ocasión, cuando se le acusó de hacer un comentario vulgar, respondió: “¿Quién diría eso? ¡Fui a la escuela de negocios Wharton!”.
Un portavoz de la escuela, establecida en 1881, declina comentar sobre Trump y la carta. La política oficial es de silencio absoluto.
El campus de la Universidad de Pensilvania en el que está Wharton es, a diferencia del monolítico discurso electoral de Trump, un reflejo de la diversidad de EE UU: entre los edificios elegantes, se ven personas blancas, negras, hispanas o asiáticas.
También personas musulmanas, como Layla Basil, de 16 años y que está haciendo unas prácticas de verano en Psicología. Basil, que lleva un velo en la cabeza, cree que Trump debería ser “más consciente de lo que dice” y lamenta que fomente la islamofobia con su propuesta de prohibir la entrada a EE UU de musulmanes extranjeros y que el candidato justifica en la lucha contra el terrorismo. “Es terrible. Siento que muchos de los musulmanes no nos sentimos bienvenidos en América. El islam se basa en paz. Ojalá [Trump] lo entendiera”, subraya.
Un exestudiante de Wharton de 22 años, que declina dar su nombre, explica que tiene previsto firmar la carta porque, esgrime, el mensaje populista de Trump “hiere completamente” la imagen de Wharton al parecer que vincula sus opiniones con las de la escuela. Sostiene que la universidad es un lugar “muy diverso” y que la retórica de Trump no es representativa de ello.
En el campus no se ve ninguna referencia a Trump, que tiene dos hijos que también estudiaron en Wharton y otro que lo hizo en otra escuela de la misma universidad. No hay ningún cartel a favor o en contra suyo. Todos los edificios e incluso los lavabos están bautizados con el apellido de algún generoso donante de Wharton, pero ninguno lleva el de Trump. La única referencia es una placa en una escondida sala de estudios en la biblioteca. El multimillonario neoyorquino fue uno de la veintena de exalumnos que financiaron la sala que lleva el nombre de su año de graduación y que aparecen nombrados en la placa.
Trump ni sale fotografiado en el álbum de su promoción. Casi cada fin de semana viajaba a Nueva York y no estuvo en Filadelfia el día de las fotografías. Trump tuvo un perfil social bajo en Wharton, adonde llegó tras estudiar dos años en la Universidad Fordham, en su Queens natal. Como veinteañero, ya poseía una ambición desmesurada, según han contado excompañeros suyos. Lo que más le interesaba era aprender a catapultar, como acabó haciendo, la empresa inmobiliaria de su padre, que había levantado una fortuna en Nueva York. Trump presume de inteligencia, pero hay informaciones contradictorias sobre cuán brillante era como estudiante en Wharton.
El mayor tributo que le hizo Wharton a Trump fue incluirlo en 2007 en su recopilación de personas influyentes en el 125 aniversario de la escuela. Wharton -que tiene a Warren Buffet y Elon Musk como otros exestudiantes famosos- destacó entonces que “sería difícil encontrar a finales del siglo XX y comienzos del XXI una figura empresarial pública más ubicua” que Trump, cuyo estilo, esgrimió, genera escepticismo pero “nadie puede negar su habilidad de bautizar sus productos y de crecer a partir de cualquier cosa”.
En la carta contra el candidato conservador, los firmantes dicen entender que haya utilizado su título de Wharton para dotar de “legitimidad” a su campaña electoral, pero consideran que su discurso divisivo choca con la filosofía de la escuela.
La misiva fue una iniciativa de estudiantes actuales y pasados de Wharton, que han decidido mantenerse en el anonimato. “Era importante para nosotros hablar contra Trump porque, como hemos visto en muchos momentos en la historia, el silencio es un acto de complicidad”, dicen los impulsores en un correo electrónico. “La carta abierta habla en nombre de los estudiantes, exestudiantes y trabajadores de Wharton que quieran hablar contra el odio, y ser solidarios con todos los miembros de nuestra diversa comunidad, tanto en Wharton como en América”.
A dos calles del moderno edificio central de Wharton, está la librería de la universidad. Hace dos semanas, instalaron una sección de temática electoral. Hay 10 libros de Hillary Clinton, la candidata demócrata a la Casa Blanca, y seis de Trump. El más vendido de Trump, explica un empleado, es uno de dibujos infantiles satíricos con el republicano.
Con información de El País