El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha iniciado un radical e inesperado distanciamiento de EEUU que pretende dar al archipiélago asiático mayor autonomía y libertad pero podría impactar duramente en la economía y la defensa del país.
"En esta sala anuncio mi separación de Estados Unidos, tanto militar (…) como económica", anunció esta semana Duterte en un discurso pronunciado frente al presidente chino, Xi Jingping, durante una visita oficial de cuatro días a China.
"Es hora de decir adiós, amigos", agregó el mandatario filipino en referencia a EEUU.
Aunque al día siguiente Filipinas rebajó el tono del mensaje, se trata de la declaración de intenciones más significativa pronunciada por el presidente filipino, que no ha dejado lugar a dudas de cuál será la nueva política exterior que ha ideado para su país.
Para numerosos dirigentes políticos y expertos filipinos, acercarse a China y alejarse de la alianza con EEUU, país que ocupó Filipinas desde 1898 hasta 1946 y que desde entonces ha sido uno de los principales apoyos económicos y militares del archipiélago asiático, no es una decisión sabia.
"Es importante tener las mismas experiencias, valores y orientación. ¿Cómo podemos ser aliados (de China) si no tenemos la misma forma de ver las cosas?", ha dicho recientemente el expresidente filipino Benigno Aquino, al frente de la jefatura de Estado hasta el pasado mes de junio.
Sin embargo, para Duterte lo más importante es que Filipinas deje de ser un "perrito faldero" de EEUU, y quiere acabar con un importante acuerdo militar firmado en 2014 entre ambos países que permite al Ejército estadounidense utilizar bases del archipiélago asiático.
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"Nunca, nunca comprometeremos la dignidad de los filipinos", ha dicho el mandatario en repetidas ocasiones.
El gobierno filipino se arriesga así a perder cientos de millones de dólares en ayuda económica que EEUU dona a Filipinas cada año, además de un vital apoyo en la modernización de sus débiles y anticuadas Fuerzas Armadas.
Solo en 2015, EEUU dio a Filipinas 175 millones de dólares de ayuda al desarrollo más otros 50 millones de dólares para apoyar la mejora de sus Fuerzas Armadas, mientras que para 2016 están presupuestados 180 millones más.
Además, desde que Duterte inició su acercamiento hacia China y Rusia el valor del peso filipino ha caído considerablemente frente al dólar en las últimas semanas, hasta mínimos no vistos en los últimos siete años.
Los inversores extranjeros también han empezado a retirar su capital del archipiélago asiático, y en el pasado mes de septiembre se registró una salida de 2.080 millones de dólares del país, un 23 por ciento más que en el mismo mes del año pasado, apuntan datos del Banco Central de Filipinas.
La posible desaceleración de la economía de Filipinas, una de las que más crecimiento ha registrado en los últimos años en el mundo, es un precio que Duterte está dispuesto a pagar.
"Filipinas puede sobrevivir sin la asistencia estadounidense, aunque pueda resultar en una pérdida de calidad de vida", afirmó Duterte esta semana en Japón.
"Yo seré el primero en pasar hambre, seré el primero en morir de hambre", ha dicho el presidente en varias comparecencias.
Para tratar de contrarrestar el efecto económico y militar de un distanciamiento de EEUU, Duterte está buscando fortalecer lazos con potencias asiáticas como China o Japón, de quien ha conseguido acuerdos de inversión por valor de 24.000 y 19.000 millones de dólares respectivamente en cuestión de dos semanas.
Sin embargo, para algunos legisladores filipinos el inesperado giro de Manila hacia Pekín podría suponer no sólo una pérdida de apoyo económico y militar de EEUU, sino una posible intervención indirecta de Washington para deponer a Duterte.
"Después del viaje a Japón, deberíamos preparar una visita oficial a EEUU", dijo a los medios filipinos el congresista Harry Roque.
"La razón es muy pragmática, y es que si no hacemos una visita oficial a EEUU, EEUU va a tomar medidas para apartar a Duterte de su cargo", agregó.
Con información de EFE