Rosendo Fraga / El Político
En 2016, el triunfo del Brexit en el Reino Unido y de Trump en los EE.UU, mostraron que por primera vez en la historia, en el mundo anglosajón había irrumpido la cultura política populista.
El lunes 4 de enero de 2021, dos días antes de que partidarios del presidente republicano tomaran el Capitolio, diez ex secretarios de Defensa de los dos partidos, – incluyendo dos Trump, el único militar que ha ocupado el cargo James Mattis y el que renunció a fines de 2020 Mark Esper,- advirtieron desde el Washington Post, sobre cualquier movimiento del Presidente saliente, para involucrar a las Fuerzas Armadas en sus denuncias de fraude electoral y sus acciones para evitar la asunción del Presidente electo Joseph Biden.
Puesto en este contexto, nada de lo sucedido es tan sorprendente y confirma que para prever a Trump hay que tachar la frase “no se va a animar”. Pero sí hay que asumir que está actuando más pensando en su futuro que en su pasado.
Cinco años atrás, ganó las primarias del Partido Republicano, seduciendo a su base electoral y desafiando a su dirigencia y estructura histórica. Sus líderes se movían dentro de la política convencional y estaban atentos a la corrección política. Podían girar hacia el centro sin riesgo electoral, porque a la derecha no había nada.
Pero Trump advirtió los cambios que se estaban produciendo en la política no convencional, buscando representar a lo que hoy se suele denominar “el partido de los enojados”, en el mundo occidental. Se trata de sectores que más allá de sus razones, tienen una actitud “antipolítica”.
Durante los cuatro años del mandato 2016-2020, la falta de sintonía de la dirigencia con él se mantuvo, pero la férrea lealtad de la base se incrementó con una “polarización” que supo manipular con eficacia, transformando a un partido histórico que la mayoría de las veces fue un conservadorismo liberal, en una organización sumisa típica de los líderes populistas.
Pero tras la elección de la primera semana de noviembre, la relación de Trump y el Partido Republicano se ha deteriorado aceleradamente. La mayoría se sus gobernadores y legisladores, así como los jueces conservadores, no acompañaron la campaña para deslegitimar la elección y el candidato derrotado los acusó de traición.
No parece fácil que pueda volver a ser el líder del partido que lo llevó al poder, tras militar antes en las filas demócratas. Pero la pregunta es si mantendrá el apoyo de la base electoral que todavía está convencida que la elección le fue “robada”. Esto es más difícil de responder, porque los “enojados” que lo siguen probablemente ahora lo estén más.
El Partido Republicano seguirá existiendo y Trump no desaparecerá, pero ya no serán una misma expresión. No es el fin de este partido, pero probablemente sí lo sea del tradicional bipartidismo estadounidense.
Las instituciones han quedado debilitadas en lo interno y desprestigiadas en lo externo, pero el sistema de partidos esta severamente herido y esta será difícil de recomponer.
Rosendo Fraga es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría
Tomado de Clarín