Karl Friedrich Krause y Karl Loewenstein, filósofos alemanes, fueron los primeros en utilizar el concepto de “democracia constitucional” para referirse a aquellas democracias que se fundan sobre una Constitución que es capaz de organizar y limitar el poder político de un Estado, que permite desplegar relaciones de igualdad y justicia, para defender la soberanía popular.
María del Carmen Taborcía/ El Político
Karl Loewenstein planteaba que una genuina Constitución es aquella que además de establecer las reglas sobre los poderes supremos y las garantías esenciales, debe representar los valores básicos de la democracia y las más amplias libertades.
Los estados modernos han diseñado su organización política como una “democracia constitucional”, que ha implicado una delimitación estructural, orgánica y funcional de los distintos poderes; ampliación del catálogo de los derechos fundamentales y de los mecanismos para hacerlos efectivos y exigibles; una mayor participación de la ciudadanía a través de mecanismos como: referendo, plebiscito, iniciativa legislativa popular, observatorios ciudadanos, y otros.
La autocracia es lo opuesto a la democracia. A la autocracia le faltan todos los elementos señalados en la democracia constitucional; en ella lo fundamental es la concentración del poder en una persona, grupo étnico o religioso, en un partido o movimiento, y la merma o anulación de la libertad de los ciudadanos, todo sustentado en el temor.
El totalitarismo es el régimen donde el individuo no es un fin sino una pieza, un mero medio: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Para el investigador y académico mexicano Lorenzo Córdova Vianello “si no hay límite al ejercicio del poder no se pude hablar de democracia constitucional”. Pero en esta coexisten dos conceptos en permanente tensión: el sistema político y el carácter constitucional que impone límites al poder político.
Un régimen apoyado por una Mayoría que elimine la Oposición y niegue a la Minoría es autocrático. Porque la Mayoría está erigiéndose en todo el pueblo para siempre. Impidiendo con ello que otra parte del pueblo pueda alcanzar alguna vez gobernar; y esto, es contradictorio con el concepto de democracia como método.
Una democracia constitucional no se sostiene ni existe porque haya solamente elecciones. Esta se va degradando cuando sus gobernantes se corrompen, y utilizan la demagogia para ganar apoyo popular, apelando a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público. Y así, el demagogo lleva a la instauración de un régimen autoritario, del cual, es el jefe despótico e indiscutido.
Según algunos estudiosos, el mundo está viviendo la “tercera ola de autocratización”, en la que existe una declinación democrática.
Abogada y Escritora