En la era post Covid-19, el mundo empieza a dimensionar las secuelas provocadas por la pandemia.
El Político
El letal virus, que hasta agosto de este año había provocado más de cinco millones de muertes en todo el planeta, dejó más que pérdidas humanas.
El aislamiento obligatorio, necesario para reducir el riesgo de contagio y, por ende, de posibles decesos, acarreó consecuencias hasta ahora insospechadas.
En Estados Unidos, por ejemplo, expertos en materia educativa han advertido los efectos producidos por el parón escolar.
Durante la pandemia, la Unión Americana, como otros países del globo, se vio obligada a cerrar escuelas, institutos y universidades.
Sin mayor aviso ni preparación, la experiencia en las aulas de clases empezó a ser reemplazada por lecciones que se recibían de manera telemática.
Estudios han estimado que, sólo en Estados Unidos, 50 millones de infantes vieron trastocada su rutina escolar, al comienzo de la pandemia.
La pausa ha sido calificada como la interrupción más dañina en toda la historia educativa estadounidense.
El parón, señalan expertos, implicó un retraso de dos décadas en áreas como matemáticas y lectura.
La paralización también detuvo el progreso de alumnos procedentes de las clases menos favorecidas, lo que agrandó la brecha entre niños ricos y pobres.
Tales secuelas, indican los especialistas, son apenas la punta del iceberg. La ruptura de la normalidad escolar, a causa de la Covid-19, repercutirá en la economía del mundo.
Una generación menos preparada será, a su vez, una generación con menores conocimientos y habilidades.
En consecuencia, aquellos que, por la pandemia, sustituyeron los salones por sus cuartos o las salas de sus hogares, experimentarán una caída en sus ingresos a futuro.
Con tal perspectiva en el horizonte, se teme que la generación actual se vuelva un lastre que ancle e, incluso, hunda las finanzas globales.
De la pandemia a la epidemia
Por espacio de dos años, las videoconferencias, las plataformas en línea y otro sinnúmero de recursos sustituyeron las metodologías educativas de toda la vida.
La ruptura con la enseñanza tradicional, aunque necesaria en aquellos días pandémicos, generó hábitos poco saludables.
Tal realidad ha repercutido en el número de estudiantes que no quisieron volver a sus salones, luego de concluida la pandemia.
En Estados Unidos, los entendidos han declarado una epidemia de ausentismo, cuya consecuencia más inmediata ha sido un incremento exponencial de las inasistencias.
Antes de que el Covid-19 paralizara al mundo, la Unión Americana experimentaba elevados índices de absentismo.
Esos números empeoraron, luego de levantados los cercos a los que obligó el mortal virus.
Más de seis millones de estudiantes se sumaron al ya tumultuoso grupo de alumnos que, desde antes del SARS-CoV-2, tenían por costumbre faltar a sus clases.
A la luz de tales números, el panorama luce poco alentador. Según los especialistas, cuando un menor no va a la escuela o decide “jubilarse”, ese estudiante cae en el rezago.
El atraso, señalan los especialistas, se relaciona de manera directa con la posibilidad de deserción o abandono escolar.