“A los cubanos nos hace falta unidad, tomar las calles y exigir nuestros derechos”, me dijo en diciembre del pasado año Daniel Llorente Miranda, sobre las perspectivas de Cuba para el 2017.
A Llorente lo encuentro en casi todos los eventos públicos importantes que se desarrollan en la capital: desde una regata hasta la conga de Mariela Castro con su particular comunidad LGTBI. Siempre viste un pullover con la bandera cubana y lleva en su bolso una bandera estadounidense, lista para abrazarlo como una manta.
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Hasta el momento de su acto de protesta en la Plaza de la Revolución durante el desfile del Primero de Mayo, su manifestación se limitaba a caminar abrazado por la bandera norteña. Esta vez, el manifestante hizo lo que consideró necesario: marchar en solitario para expresar lo que la mayoría de quienes desfilaron seguramente querían decir.
Lo logró, porque fue su deseo individual lo que demostró la iniciativa de sus actos, armónicos con su forma de pensar. Este desafío frente a los “dioses rojos” despierta sed de sangre, de ahí que la primera reacción oficial fuera la golpiza represiva.
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Este solitario manifestante necesitará una infinita solidaridad internacional y de los cubanos para no ser procesado penalmente. En Cuba, no sentir temor de llevar a la práctica el pensamiento, tiene consecuencia carcelarias, que ahora amenazan al manifestante pacífico.