El fenómeno de la disidencia de las FARC y su estructuración como como fuerza criminal organizada en Colombia nos está tocando muy de cerca.
Beatriz de Majo
Tiene su origen en las propias filas de lo que fue la más importante organización guerrillera colombiana, la que se fracturó como consecuencia de desacuerdos internos en torno al proceso de paz que negociaba el gobierno de Juan Manuel Santos con esa fuerza guerrillera. Su trasvase a Venezuela es un hecho para esta hora, gracias a la cooperación de muchos en nuestro territorio y particularmente de unos cuantos dentro de la fuerza pública y el gobierno nacional.
La publicación Insight Crime lleva tiempo alertando al mundo sobre la manera en que los desafectados de las FARC, que se califican a sí mismos de “disidentes”, han montado desde el año 2016 todo un sólido andamiaje que está manteniendo lazos con organizaciones criminales internacionales con el fin de controlar el tráfico de cocaína desde Colombia hacia países limítrofes, desde donde son enviadas al mundo entero.
No es raro pues que Venezuela se haya convertido en un objetivo esencial de esta agrupación hoy integrada en una unificada fuerza criminal y liderada por un ex miembro del Estado Mayor del Bloque Oriental de las FARC.
De hecho este curtido líder insurgente, conocido como Gentil Duarte, se ha convertido en el uno de los hombres más buscado de Colombia luego de haber sido uno de los participantes en los inicios de la mesa de negociaciones que tuvieron lugar en La Habana.
Entre sus logros se cuenta haber unificado las antiguas unidades de la mafia de la guerrilla del Guaviare, Meta, Catatumbo y Arauca y ejercer un estrecho control territorial sobre esa actividad ilícita y la provisión de armas a los frentes guerrilleros que hoy maneja.
De hecho, en el vecino país se considera que es un elemento clave de la narcotización de nuestras fronteras y del incremento del tráfico de estas sustancias a través de nuestro territorio hacia Brasil, México y el resto del planeta.
Una fuente de inteligencia de la Fuerza Pública colombiana recientemente declaró a El Tiempo de Bogotá que la Guardia Nacional venezolana estaría facilitando el control tanto de las pistas ilícitas y lícitas de las zonas fronterizas para el envío de toneladas del alcaloide a otros países.
El conocido medio informó, en esa ocasión, que el líder guerrillero citado estaría instalado en Amazonas desde donde maneja su red y efectúa sus contactos para el aprovisionamiento de armas para los diferentes frentes disidentes.
No debemos cerrar los ojos frente a una realidad palmaria. Colombia se encuentra en un virtual estado de conmoción interior, desastroso tanto para la vida cotidiana como para su economía y, en buena medida, es debido a la reactivación de la violencia que tiene su origen precisamente en la actividad de los ex miembros de las FARC.
El analista político colombiano Eduardo Mackenzie decía en un reciente artículo del pasado junio que “el pie de fuerza de la narco-guerrilla crece rápidamente: una tercera parte de las FARC retomó las armas y 31 grupos de ese sector operan en las áreas de cultivo de coca y de minería ilegal… Activistas y líderes locales siguen siendo asesinados por las bandas armadas: 470 casos han sido registrados entre enero de 2016 y hoy”.
Todo este estado de cosas ha estado traspasando la frontera nuestra que es tanto más porosa cuanto mayores sean los dineros involucrados. La herencia será no solo la actividad destructora del narcotráfico de la que se alerta constantemente, sino, por igual, la violencia desestabilizadora que va asociada a ella y el control perverso sobre nuestro territorio.
No pasará mucho tiempo, tampoco, antes de nos transformemos en un enclave productor y procesador de coca, espejo del creado y controlado por Gentil Duarte en suelo neogranadino
Abramos los ojos. Somos hoy por hoy, no solo por desgobierno sino por una complicidad activa, el mejor refugio de los criminales.