El papa Francisco recordó que Karol Wojtyla, el polavo que se convirtió en santo, “sufrió la pérdida de su madre, hermano y padre cuando era niño”, “experimentó las atrocidades del nazismo, que le quitó muchos amigos” cuando era estudiante, y “después de la guerra, como sacerdote y obispo, tuvo que enfrentarse al comunismo ateo”.
El Político
Francisco aseguró que san Juan Pablo II resultó un regalo para la Iglesia y para Polonia, su país de origen, en un vídeo grabado con motivo del centenario del nacimiento de Karol Wojtyla.
“Su peregrinación terrenal, que comenzó el 18 de mayo de 1920 en Wadowice y terminó hace 15 años en Roma, estuvo marcada por una pasión por la vida y una fascinación por el misterio de Dios, del mundo y del hombre”, destacó Francisco en italiano.
El pontífice señaló que Wojtyla se convirtió en “un gran hombre de misericordia” que “comprendió la especificidad y la belleza de la vocación de mujeres y hombres, entendió las necesidades de los niños, jóvenes y adultos, considerando también las condiciones culturales y sociales”.
“Su enseñanza representa un punto de referencia” para encontrar soluciones ante las “dificultades y desafíos que enfrentan las familias hoy en día.
Clave en la caída del comunismo polaco
Juan Pablo II quiso viajar a Polonia desde los inicios de su pontificado. Así se lo hizo saber a sus colaboradores, a los que dio instrucciones para que negociasen los términos de la visita con las autoridades polacas. Por parte vaticana, la intención era que el Papa pudiese clausurar el sínodo de Cracovia –que había inaugurado en su condición de titular de aquella diócesis– y también celebrar los 900 años del martirio de san Estanislao. La fecha idónea era, pues, mayo de 1979.
Dos días eran suficientes para el Santo Padre. Por parte del Gobierno comunista polaco, había más que reticencias, si bien era consciente de la imposibilidad de frustrar la presencia del Papa en su propio país, según se cuenta en este artículo de « Alfa y Omega».
Brezhnev advirtió que sería un error
La oposición más firme al viaje procedía de Moscú. Tras unos cuantos tiras y aflojas, Leonidas Brezhnev, a la sazón primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, dijo a su homólogo polaco, Edward Gierek: «Bien, haz como quieras, pero cuídate de no tener que lamentarlo después». Intimidado por esta amenaza velada, Gierek elevó ante Roma el listón de sus exigencias siendo la principal de ellas que el viaje no se produjese en mayo, para no tener que honrar en público a san Estanislao. Comprensible: había sido martirizado por defender la libertad de la Iglesia, por lo que era crucial evitar cualquier tipo de indirectas.
La Santa Sede aceptó trasladar el viaje a junio –aprovechó para hacer lo propio con la fiesta de san Estanislao– a cambio de alargar su duración de dos a nueve días. Craso error táctico del régimen comunista.
Donde los de la hoz y el martillo no fallaron fue en el dispositivo de inteligencia: según refiere George Weigel en «El final y el principio», la Stasi creó un grupo especial de trabajo en Fráncfort del Óder mientras que el SB –la policía política polaca– dispuso líneas telefónicas en Varsovia y en Cracovia para que sus colegas de Alemania Oriental pudieran conectar directamente con Berlín Este.
Asimismo, los polacos infiltraron masivamente los grupos de peregrinos para intentar deslucir los acontecimientos. Juan Pablo II sabía todo esto cuando aterrizó en Varsovia el 2 de junio de 1979. Pero lo que realmente le importaba era aplicar una hoja de ruta cuyos ejes eran, tal y como recuerda el suizo Philippe Chenaux en L’Église catholique et le communisme en Europe, la unidad espiritual de Europa y la dignidad de la persona humana.
Los polacos perdieron el miedo
Sin embargo, según puntualiza Frédéric Le Moal en «Les Divisions du Pape», Juan Pablo II evitó cuidadosamente incitar a la sublevación y «nunca tuvo la intención de lanzar una cruzada contra el comunismo». No es el rol de un Papa –ni como sucesor de Pedro ni como jefe de Estado– ni encaja en los parámetros de la diplomacia vaticana de los últimos 150 años.
Estas autolimitaciones no fueron óbices para que el Papa emitiera mensajes contundentes a lo largo de los nueve días que pasó en su país natal. Sobre todo uno, el mismo día de su llegada, mediante el cual dio un vuelco a la historia.
La fecha fue la del mismo día de su llegada y el escenario, la plaza de la Victoria en Varsovia. Durante su homilía, centrada, como indicaba el calendario litúrgico, en Pentecostés, Juan Pablo II, en la línea que era de prever, proclamó: «Descienda tu espíritu / descienda tu espíritu / ¡Y renueve la faz de la Tierra!». Pero a continuación añadió: «¡De esta tierra!». No hizo falta más para que la multitud entendiese la intención: unas palabras papales habían bastado para que perdiesen el miedo.
El camino era aún era largo, pero se había abierto el primer boquete. El resto del viaje, de Gniezno –cuna del catolicismo polaco– a Czestochowa –corazón mariano del país– fue una consolidación de las bases sentadas en Varsovia. Que, obviamente, trascendieron poco a poco el marco polaco: diez años después caía el Muro de Berlín. La homilía de Varsovia tuvo mucho que ver.
ABC, Vaticano neus