Una vez culminada la Segunda Guerra Mundial, la potencias ganadoras de aquel conflicto optaron por repartirse el mundo.
El Político
Pese a hacer esfuerzos conjuntos contra la Alemania nazi, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, China y Rusia dividieron el planeta entre occidente y oriente.
Al capitalismo proclamado desde América del Norte se opuso el comunismo practicado por Moscú y Pekín.
Desde entonces, las dos naciones orientales, China y Rusia, han hecho esfuerzos para mermar y, de ser posible, demoler el poderío y la influencia estadounidense.
Lejos de desaparecer con el correr de los años, la cruzada para debilitar la posición de liderazgo de los Estados Unidos no ha cesado.
Como si el planeta se tratase de un tablero de ajedrez, Moscú y Pekín han movido de a poco sus fichas.
Aunque los jaques no han terminado en mate, cada acción de China y Rusia ha permitido a ambas naciones ocupar espacios que otrora no podían discutírsele a Washington.
Una nueva ruta para Europa
Hace una década, en septiembre de 2013, Xi Jinping, actual presidente de la República Popular China, presentó lo que hoy se conoce como la Nueva Ruta de la Seda.
Se trata, a decir del mandatario, de una reedición del viejo trayecto que tuvo su génesis en tiempos del emperador Wu de la dinastía Han.
En su momento, la histórica Ruta de la Seda conectó al continente asiático con Europa, facilitando, de ese modo, el comercio de telas, gemas y otros bienes valiosos.
Con la Nueva Ruta de la Seda (también conocida como Iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda), Pekín intenta abrir sus fronteras al mundo occidental.
La iniciativa busca promover la importación, a China, de materias primas; pero también ubicar productos chinos en mercados no asiáticos.
Las metas comerciales están acompañadas, sin embargo, de un objetivo cuya consecución se persigue en paralelo.
Con su Cinturón y Ruta de la Seda, China pretende ganar espacios en Europa y, a través de ello, incrementar su peso geopolítico.
A los europeos, aliados históricos de Estados Unidos, parece, empero, no hacerles ruido la idea.
En abril de este año, Emmanuel Macron, presidente de Francia y socio estratégico de la Casa Blanca, aseguró que Europa no debería seguir, de manera ciega, a Estados Unidos.
Macron formuló su sugerencia poco después de una visita oficial de Estado que le permitió encontrarse, cara a cara, con su homólogo Xi Jinping.
Las palabras del francés, quien terminó rectificando el discurso, causaron irritación al oeste del Atlántico.
Desde ese momento, no pocos creen que la Europa de hoy está más interesada en las ventajas comerciales que ofrece China, que en acompañar a Washington en una confrontación con el gigante asiático.
Alcance trasatlántico
Con planes de intercambio comercial bien definidos y con ingentes inversiones en infraestructura e iniciativas energéticas, China ha conseguido un alcance trasatlántico.
Al día de hoy, su presencia es indiscutible en Centro y Suramérica. En el sur, Pekín se ha vuelto un salvavidas financiero para países económicamente asfixiados.
Entre los Estados que han recurrido al gigante asiático para obtener de líneas de crédito se encuentran la Venezuela Nicolás Maduro y la Argentina de Alberto Fernández.
En el caso de Centroamérica, China ha hecho un trabajo de hormiga. Entre 2017 y el presente año, el país ha conseguido una mayor presencia.
Muestra de lo anterior son los vínculos desarrollados con Panamá, El Salvador, Nicaragua y, de manera más reciente, Honduras.
Cada uno de esos países han optado por darle la espalda a Taiwán (un protegido de Estados Unidos), con la finalidad de mejorar sus lazos con Pekín.
La relativa facilidad con la que China ha penetrado en América Latina parece tener que ver con su filosofía para los negocios.
Estados Unidos, vecino inmediato del subcontinente latinoamericano, suele condicionar sus acuerdos políticos y económicos.
Para Washington es esencial, por ejemplo, el respeto a los derechos humanos y a la democracia, a la hora de relacionarse con otros países.
China, por su parte, es más displicente. Las autoridades de esa nación son menos escrupulosas a la hora de conversar con gobiernos que violentan el estado de Derecho.