Cuando la crisis global del coronavirus se atempere y el mundo intente retornar a la normalidad de las relaciones internacionales encontrará que son muchos los escenarios que se han transformado.
Beatriz de Majo/ El Político
Estamos aún hoy en medio del tiovivo de los riesgos para la salud pública y la protección de los nacionales en los cuatro puntos cardinales del planeta, seguimos sacudidos por la turbulencia de las bolsas que reflejan la recesión esperada del gigante de Asia, nos aterroriza la descolgada económica que perdurará en terceros países hasta que China vuelva a retomar el paso.
Las relaciones entre países se fragilizan a cada momento y aun no se le ve el final este trágico episodio para China y para la humanidad.
Pero es bueno que nos detengamos a ver lo que vamos a poder recoger de la experiencia vivida y cómo administrar el conocimiento adquirido para que no nos encuentre amanecidos una situación de características similares que sin duda se presentará más tarde o más temprano.
Solo hay que traer a la memoria que en los últimos ciento veinte años el mundo ha debido enfrentar 8 crisis sanitarias de alcance global. Hubo cuatro que se desarrollaron desde que despuntó el siglo XXI: SARS en 2003 , Gripe Porcina en 2009, Ebola en 2013 y Zika en 2015.
Pero una en particular había tocado a China muy de cerca, la de la gripe asiática, 70 años atrás, toda vez que ella partió de Pekín y y el virus KH2N2 se propagó agresivamente hasta dejar un saldo de un millón y medio de muertes y producir una caída cercana al 3% del PIB de Estados Unidos, Japón y Reino Unido.
Lo que es cierto es que China, por el tamaño de su población y las dificultades de su control geográfico, pero más que nada por la conciencia gubernamental de los peligros que ella entrena, sí se encontraba preparada para enfrentar una pandemia de la talla o de las características de otras ocurridas en el pasado. Nada en esta ocasión fue improvisado para ellos.
Los avances de la medicina y de la investigación de estos brotes inesperados y descontrolados hacen que las tasas de mortalidad en cada nueva pandemia sea menor que en el pasado.
La ciencia avanza a un buen ritmo y por ello la eficiencia en el control de la enfermedad y el desarrollo de un antídoto para el virus se logra relativamente rápido.
Lo muy notorio en el caso chino ha sido la capacidad inmediata de reacción de la administración central y regional para aminorar la dinámica de transmisión del virus dentro de su geografía.
Han sido eficientes en valerse de su infraestructura y de sus tecnologías de punta para atender los casos en la medida en que aparecían y en disparar una pro-actividad – o una obediencia- de parte de su ciudadanía que no se ha visto en ningún otro lugar del planeta entre los que han sido afectados por la agresividad del virus.
Esta triste y difícil circunstancia les ha servido para consagrarse frente al mundo como una potencia también en el manejo de crisis sanitarias de envergadura.
Lo que hemos palpado en otras latitudes afectadas secundariamente por la propagación del mal es demostrativo de lo poco preparados que se encuentran para el abordaje de una pandemia.
Ese es el caso de los países europeos en su conjunto.
Sin duda que China sale de este episodio fortalecida frente al planeta por el abordaje logístico, técnico, de infraestructura y sanitario de esta crisis. Será justo reconocerlo cuando lleguemos al fin de la pesadilla.