Los resultados electorales han sido tan sorprendentes que los principales partidos no se han sacudido aún el campañeo de encima. Alguno ni se ha dado cuenta de que el recuento es inamovible, y anda de acto en acto ametrallando eslóganes y conteniéndose para no pedir el voto. Quien más y quien menos sigue invadido por ese frenesí mitinero y saciante, por la sencilla razón de que el trance electoral ya dura más de un año, desde las autonómicas y locales de mayo. España es una tertulia y la tertulia, un mitin. Por eso reina la confusión.
La gobernabilidad se antoja algo incierta si se mira con ojos partidistas, pero no debería. Al cabo, lo que los españoles encargaron el domingo a Mariano Rajoy fue que forme un gobierno más moderado que el anterior, basado en pactos con otras formaciones. Así de fácil. Aunque el PP ha subido con fuerza -nada menos que 14 escaños-, los dioses de la aritmética le exigen una ofrenda sacrificial si quiere permanecer en La Moncloa. Le guste o no, el presidente en funciones tiene que convencer a algunos de sus rivales de que no va a gobernar igual, porque si no no conseguirá los apoyos suficientes para franquear el fielato de la investidura.
Con los resultados del 26 de junio en la mano, Rajoy podría pensar que no tiene ningún motivo para abandonar su estrategia inmovilista porque nunca lo ha hecho y porque siempre le ha dado resultado, pero sabe que ahora tiene que moverse, negociar y encontrar puntos en común. Necesita investirse de la audacia que tanto suelen echar en falta los populares "cuando vienen mal dadas", por ponerlo en palabras marianas .
Para empezar, tiene que recomponer los cauces de negociación que quedaron devastados entre 2011 y 2015. El PP arrasó a la oposición en la penúltima legislatura con el rodillo de su mayoría absoluta, dejando tras de sí tierra quemada y espacios inhabitables para la confluencia. En Génova son conscientes, pero tienen un plan B. Como Aznar en 1996, Mariano Rajoy apostará por sudar la camiseta y dejarse pelos en la gatera. Corriendo, o "caminando rápido", como en sus famosos vídeos electorales, Rajoy debe ceder ante los partidos con los que quiere conformar una mayoría para su investidura.
Con sus 137 diputados, los 32 de Ciudadanos, los 5 del PNV y el de Coalición Canaria, Rajoy sumaría 175 escaños, a sólo uno de la mayoría. Le faltaría uno más, el disputado voto del señor Pedro Quevedo (Nueva Canarias), al que le bastaría con abstenerse. Y, aunque el presidente en funciones abomine de las concesiones al nacionalismo, podría incluso reunirse también con Convergència.
Para este empeño, el candidato popular debe desempolvar una de sus frases favoritas de Francesc Cambó: "En las luchas políticas la habilidad, la amabilidad y la seducción pueden ser armas de mucha más eficacia que la audiencia o la elocuencia". Esta cita es un mantra de Rajoy, que por algo la incluyó en su libro de memorias.
El presidente del Gobierno en funciones dijo el lunes que comenzaría a llamar a los partidos con los que puede llegar a un acuerdo de mayor a menor, comenzando por el PSOE, pero ha hecho lo contrario. Ha conversado brevemente con Fernando Clavijo, presidente canario y miembro de Coalición Canaria (CC), para emplazarle a una reunión el martes.
La diputada de CC, Ana Oramas, pedirá a Rajoy un giro copernicano en sus políticas sociales y le reclamará "políticas de Estado" para Canarias. Además, insistirá en cambiar la reforma laboral, la Lomce o el sistema de financiación autonómica, y demandará también un pacto que garantice el sistema de pensiones. Si llega a sacar 10 diputados en vez de uno, exige una Vicepresidencia.
En estas negociaciones Rajoy será, como siempre, rocoso, casi maximalista, pero también pragmático. No está dispuesto a ceder demasiado ni ante el PSOE, al que ofrecería una reforma de la Constitución y, probablemente, la derogación de la Ley mordaza , así como recuperar el Pacto de Toledo para apuntalar las pensiones.
Pero los socialistas se mantienen firmes: votarán no, por ahora, a toda investidura de Rajoy. Quieren que el presidente se trabaje la mayoría, y critican el empeño del PP en que la gobernabilidad le caiga llovida. Eso sí, si a los populares les resulta imposible captar a la vez los votos de PNV y C’s, por ejemplo, y la investidura fracasa, el PSOE pondrá los intereses de España por delante de los del partido. Es la estrategia natural, por más que los socialistas se refocilen en la lucha cainita.
Ciudadanos, en vez de taparse por sus malos resultados, se ha puesto marcialmente de perfil y dice que ni siquiera se abstendrá en favor de Rajoy, porque los votos del PSOE son suficientes. A medida que pasan los días y los resultados del 26-J van sedimentando, se demuestra que la formación naranja no tiene claro qué hacer… ni por dónde tirar. Por la mañana Juan Carlos Girauta dice "a", y por la tarde José Manuel Villegas dice "b".
Hasta la constitución de las Cortes Generales, el 19 de julio, queda tiempo para enhebrar un pacto, pero sólo si los partidos, comenzando por el PP, demuestran de verdad que no carecen de la tan cacareada "altura de miras".
Todo lo que sea llegar a agosto sin presidente será un fracaso del PP. Intentar culpar al PSOE de antemano no es sólo injusto, sino cobarde. Rajoy está condenado a hacer lo que no quiso en la anterior legislatura: pactar con los demás. En estas tres semanas cruciales escrutaremos si Rajoy ha virado hacia Cambó o permanece vocacionalmente tancredizado, como un hooligan del inmovilismo. Aunque, visto lo visto, no hacer nada le podría acabar funcionando. Otra vez.
Con Información de: Expansión