Las canoas cada vez se ven más llenas. Los bachaqueros cruzan el río Arauca varias veces al día. En las barcas cargan naranjas, cebollas, tarros de mayonesa, pasta de tomate, cigarrillos, electrodomésticos, bolsas llenas de carne de res y de cerdo, cajas repletas de bolívares.
Entre Arauca, en Colombia, y la población venezolana El Amparo cruza de todo. Quienes llevan la mercancía dicen que los mueve el hambre. En su país se conocen como bachaqueros a los revendedores de productos básicos. En Arauca el término ya es familiar, pero contrario a lo que sucede en el país vecino, a este lado de la frontera lo que ofrecen no es de primera necesidad y los precios están por debajo del mercado local, publica El País.
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— El Político (@elpoliticonews) November 1, 2017
En las barcas cargan naranjas, cebollas, tarros de mayonesa, pasta de tomate, cigarrillos, electrodomésticos, bolsas llenas de carne de res y de cerdo, cajas repletas de bolívares. Entre Arauca, en Colombia, y la población venezolana El Amparo cruza de todo. Quienes llevan la mercancía dicen que los mueve el hambre.
En su país se conocen como bachaqueros a los revendedores de productos básicos. En Arauca el término ya es familiar, pero contrario a lo que sucede en el país vecino, a este lado de la frontera lo que ofrecen no es de primera necesidad y los precios están por debajo del mercado local.
Lisbeth Colmenares enseña sus pies para contar lo que pasa después de que descargan sus maletas en Colombia. Están hinchados de tanto caminar. Desde hace un par de meses se baja de la canoa para recorrer las acaloradas calles de Arauca con una canasta de mercancía en el hombro. “Para esto hay que estar dispuesto a andar y andar, a que te digan no, a que te manden a la policía”, dice. Tiene 28 años y dos hijos, a los que ha tenido que dejar en Barquisimeto mientras viaja a buscar comida. Siempre cruza el río cargando algo. A Arauca llega con carteras, cortaúñas, bolígrafos, lo que pueda comprar en su país para vender del otro lado. De regreso a Venezuelalleva un maletín con paquetes de arroz, azúcar y botellas de aceite. “Es difícil ir casa por casa, siempre hay que explicar por qué estamos aquí”. Pero en ese pueblo hay pocas dudas de qué es lo que pasa al otro lado del río.
Alba Pinilla es líder comunal de uno de los asentamientos que en los últimos meses se ha llenado de venezolanos y la primera palabra que menciona cuando habla de las familias que ahora son parte de su vecindario es hambre. “Ellos llegan con hambre. Traen cosas para vender porque es la única forma de conseguir algo para hacer un mercado básico, necesitan ayuda”. La oficina de Migración registra en esa frontera el movimiento de 2.800 de ciudadanos venezolanos por día. El dato corresponde solo a los que atraviesan el puente internacional José Antonio Páez, el único paso legal de los 40 que existen en esa zona y de los que no se tiene certeza de cuánta gente cruza. Según datos oficiales, en Colombia hay 469.731 venezolanos, 170.000 entraron al país de forma irregular y a 97.667 ya se les cumplió el tiempo de permanencia. En los 2.219 kilómetros que separa a ambos países, el límite con Arauca está marcado en su mayoría por agua.
Miguel Landaeta llegó por el río. Se ha hecho popular por el queso y el pescado que trae de su país. Aunque le va bien y casi siempre logra vender la mercancía en menos de tres horas dice que no es suficiente para sostener a su familia. “En el camino me toca dejar algo a la Guardia venezolana para que me dejen salir y estando acá corro el riesgo de que la policía me quite todo”. No es muy claro cuando explica de dónde sale la mercancía que vende y cómo, si hay escasez, la consigue.
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