Hace 10 años el mundo árabe vivió una serie de revueltas populares más importantes de su historia: Todo empezó el 17 de diciembre de 2010 cuando un joven vendedor ambulante, agobiado por años de acoso policial, se roció de combustible y se prendió fuego en frente de la oficina del gobernador de la ciudad de Sidi Bouzid, en el centro del país.
El Político
¿Quién se habría imaginado que la inmolación de un vendedor ambulante un mes antes, el 17 de diciembre, en una región marginal de Túnez, iba a ser la chispa de un movimiento de protesta popular histórico en la región?
"La revolución me demostró que todo es posible". Ameni Ghimaji acababa de cumplir 18 años cuando participó en la gigantesca manifestación en Túnez que echó del poder a Ben Ali, el 14 de enero de 2011, y precipitó la caída de otros dictadores árabes.
La inmolación de un hombre pobre significó un soplo de libertad, antes de dar lugar a la frustración. Un acontecimiento histórico que cambió de manera irremediable a la región.
Diez años después, es el único autócrata de la Primavera Árabe que sigue en su puesto. La guerra, la crisis económica y las sanciones internacionales han hundido al país en una terrible agonía. La oposición política ha fracasado a la hora de presentar un frente unido y prácticamente ha desaparecido, dejando la vía libre al presidente sirio de cara a elecciones previstas en 2021. Pero el sueño de los detractores de Asad no se ha esfumado totalmente.
"Cuando tienes hambre dejas de tener miedo"
Abu Hamza, profesor que vive en Daraa, cree que "las cosas no pueden seguir así", , advierte este padre de familia.
"Diez años después, las esperanzas siguen ahí, en las generaciones más jóvenes, que eran niños en el momento de la revuelta", dice Mohamed Lotfy, de 39 años, director de la Comisión egipcia para los derechos y la libertad (ECRF), importante organización de defensa de derechos basada en El Cairo.
Pero "el gobierno hace todo lo posible para matar ese sueño", dice.
En Libia, Siria o Yemen, los conflictos generados por el debilitamiento del poder central siguen haciendo estragos.
Pero Majdi, un treintañero libio, no lamenta haberse manifestado pacíficamente hasta la caída del régimen de Muamar Gadafi. La revolución "era necesaria y todavía lo creo".
Desde el colapso cual castillos de naipes de regímenes que parecían intocables hasta el auge y caída del califato yihadista, la llamada "Primavera Árabe" que nació a finales de 2010, convirtió a Oriente Medio en teatro de constante agitación durante la segunda década del siglo XXI.
A las protestas populares que surgieron en Túnez, Egipto, Libia y Yemen les siguieron, en el mejor de los casos, reformas decepcionantes, pero a menudo los países se han desgarrado por guerras intestinas y nuevos regímenes dictatoriales.
El espíritu de las revueltas no se ha apagado
Una segunda ola de levantamientos que surgieron en Sudán, Argelia, Irak y Líbano ocho años después.
Lina Mounzer, escritora y traductora libanesa cuya familia tiene raíces en Egipto y Siria, dice que desde las revueltas ha cambiado algo "en la fábrica de la propia realidad"."No sé si hay algo más conmovedor o noble que la gente pidiendo una vida digna con una sola voz", dice."Demuestra que eso es posible, que la gente se puede rebelar contra los peores déspotas, que queda suficiente valor en la gente que se levanta y trabaja junta para enfrentarse a ejércitos enteros".
De Túnez a Trípoli, pasando por Egipto o Siria, la ola de manifestaciones, a menudo acusada de haber abierto la puerta al caos o a más pobreza, sigue siendo, para los que participaron en ella, un paréntesis mágico que sembró semillas de esperanza.
Era una revancha
"Era una revancha: desde que cumplí 18 años, sufrí acoso y la cárcel", explica el abogado Abdennaceur Aouini, que tenía 40 años en aquel momento. Sus imágenes, celebrando la huida de Ben Ali desafiando el toque de queda a dos pasos del ministerio del Interior arrasaron en internet.
Pero hoy reconoce que está "decepcionado". En su país, el desempleo, la inflación y las desigualdades que fueron los detonantes de la revuelta siguen haciendo añicos los sueños de muchos y la clase política parece estar desgarrada.
La joven tunecina Houeida Anouar organizaba foros en internet que alimentaron las protestas. En aquel mes de enero de 2011 sabía que la buscaban y cuando salía a la calle, el miedo la atenazaba.
"La gente pensaba que la salida de Ben Ali iba a solucionar las cosas, pero se necesitan 20 o 30 años", dice. "No estoy segura de que yo vaya a ver Túnez con una situación política digna de ese nombre, pero soy optimista. No hay vuelta atrás posible sobre las libertades o la pluralidad política", dice.
Túnez es el único país que ha seguido adelante en el camino abierto en 2011, con la adopción de una nueva Constitución y elecciones democráticas.
En Egipto, después de tres años turbulentos y la destitución por el ejército de un presidente islamista, un régimen como mínimo tan represivo, dirigido por Abdel Fatah al Sisi, ha reemplazado al de Hosni Mubarak.
El 15 de febrero de 2011, cuando era todavía estudiante, las fuerzas libias dispararon contra familias que reclamaban justicia para sus allegados masacrados en 1996, en una cárcel de Trípoli donde estaban los detenidos políticos.
"Seguíamos lo que pasaba en Túnez y en Egipto", dice Majdi. "Era nuestro turno, el cambio era inevitable, pero echando la vista atrás, no creo que fuéramos conscientes de los daños que el régimen de Gadafi había causado en los fundamentos del Estado".
Tras la muerte de Gadafi, en octubre de 2011, el país se hundió en la violencia intertribal y los grupos yihadistas se aprovecharon del caos.
Las injerencias extranjeras han aumentado y envenenado un conflicto que no da tregua desde entonces.
Igual ha ocurrido en Siria. Al principio, también "reclamábamos solo reformas", dice Dahnun, entonces estudiante de 15 años.
La protesta contra
perteneciente a la minoría alauita, cercana al chiismo, surgió en Daraa, al sur del país, a partir del 19 de marzo, y cobró fuerza rápidamente.
Pero como Majdi en Libia, Dahnun sintió la brutalidad con la que se reprimió la primera manifestación, algo que fue transformando el carácter pacífico del movimiento.
"Nos atacaban matones a sueldo del régimen y miembros de las fuerzas de seguridad", cuenta a la AFP este sirio, hoy estudiante de Ciencias Políticas, desde Idlib (noroeste), la única región del país, que escapa todavía al control del régimen de Bashar al Asad.
Desde entonces, la guerra en Siria ha provocado más de 380.000 muertos en el país y millones de refugiados y desplazados. Rusia, que apoya a Asad, y Turquía, que respalda a algunos grupos rebeldes, se han involucrado en el conflicto. La última pieza fueron los yihadistas del Estado Islámico (EI), que sembraron el terror en el país durante varios años.
"Ahora, los sirios no pueden decir nada", lamenta amargamente Dahnun. "Son las potencias extranjeras las que deciden, finalmente. Siria ya no nos pertenece".
Los árabes quieren hacer su propia historia
"El significado político central de la Primavera Árabe y sus consecuencias es que fueron los propios árabes los que actuaron por sí mismos, en pleno derecho, hacedores independientes de su propia historia", escribe Noah Feldman en "El Invierno Árabe".
Pero esta voluntad se estancó y una década después, es difícil considerar las revueltas árabes como un éxito.
Ahdaf Soueif piensa que todavía es pronto para sacar conclusiones.
"Las condiciones en las que la gente ha vivido desde mediados de la década de los setenta propiciaron la revuelta. Era inevitable. Y sigue siendo inevitable", dice.
Pero "sigue habiendo esperanza. Hace diez años soñaba, hoy razono", dice una protagonista de la Primavera Arabe que sigue esperando una salida enel otoño.
Fuente: msn.com
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