El último domingo antes de las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela, una gran multitud se reunió frente a la iglesia de la Plaza Bolívar, en el bullicioso barrio de Chacao, en el centro de Caracas, Venezuela. A pesar de la naturaleza religiosa del acto, o quizá debido a ella, la multitud entona un estribillo de una sola palabra: "Libertad".
Traducción al español por Equipo El Político
Ante ellos están Edmundo González Urrutia, el abanderado de la oposición en las elecciones, y María Corina Machado, la candidata de la oposición ganadora de las primarias a la que González sustituyó después de que el gobierno le prohibiera presentarse. Millones de venezolanos han depositado sus esperanzas en este dúo de líderes para rescatarlos de más de una década de gobierno autoritario bajo la presidencia de Nicolás Maduro.
Mientras se dirige a la multitud, Machado subraya que esto es más que una lucha electoral. Es una batalla espiritual.
Cuando se le pregunta por sus expectativas para el domingo, Zorayda Hernández, una mujer de 59 años obligada a pluriemplearse para llegar a fin de mes, se detiene un momento. Respira hondo antes de decir suavemente: "Siento felicidad y esperanza". Con las manos juntas, las eleva hacia el cielo en señal de oración. "Él es quien decide", dice con lágrimas en los ojos.
Como en la Plaza Bolívar, el ambiente en todo el país es eufórico pero cargado de tensión. Los venezolanos anhelan un cambio y ven estas elecciones como su última oportunidad para lograrlo. Cerca de tres cuartas partes de ellos expresan su deseo de un nuevo liderazgo, según una encuesta de opinión. La esperanza impregna el aire en los mítines de la oposición, pero el miedo también persiste: Los todoterrenos negros sin matrícula aparcados en las esquinas señalan la presencia vigilante e intimidatoria del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). El cambio está en el aire, tan cerca y tan lejos.
Tras 25 años de dominio del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela, o PSUV, que han traído devastadoras crisis económicas, políticas y humanitarias, los venezolanos están hartos. Si las elecciones se celebraran de forma libre y justa, el país tendría un nuevo presidente el domingo. Sin embargo, Maduro no muestra ninguna inclinación a abandonar el poder. Al contrario, se aferra a él tenazmente. Esto prepara el escenario para una compleja mezcla de expectativas para este domingo y el incierto futuro que le sigue.
Los escenarios posibles van desde una "nicaraguanización", en la que el gobierno perpetra un fraude masivo y Venezuela se convierte en una dictadura en toda regla, hasta una transición pacífica y negociada a la democracia bajo un nuevo liderazgo. Entre estos extremos existen muchas otras posibilidades, y las expectativas sobre el futuro de Venezuela distan mucho de ser uniformes.
¿Elecciones libres y justas?
Ya sabemos que no lo serán del todo. Pero una de las sorpresas de los últimos seis meses es que, tras varios años de boicotear las elecciones debido a estas condiciones injustas, la oposición se ha aferrado esta vez a la vía electoral. Casi todo el mundo en la oposición parece ver esto como la última oportunidad de salvar la democracia en Venezuela.
También juega a favor de la oposición el hecho de que, aunque lejos de ser libres y justas, las condiciones electorales son mejores que en las últimas elecciones presidenciales de 2018.
Uno de los expertos electorales más experimentados del país, que pidió hablar extraoficialmente por temor a represalias, señala tres diferencias clave.
Políticamente, las elecciones son más competitivas; los candidatos y sus partidos están movilizando a los votantes, que tienen opciones reales entre las que elegir. Técnicamente, el sistema de voto electrónico garantiza la privacidad y la integridad del voto. Desde el punto de vista organizativo, las iniciativas ciudadanas han trabajado para garantizar un proceso transparente y documentado.
Es decir, el país se encuentra dividido y unido al mismo tiempo.
Un pequeño grupo de chavistas acérrimos -como se conoce a los partidarios de la ideología populista fundada por Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1999 hasta su muerte en 2013- se opone enérgicamente a González y Machado. Alimentados con una dieta constante de propaganda del régimen, acusan a la oposición de ser la causa de la crisis económica del país por haber presionado a favor de las sanciones estadounidenses sobre el petróleo y el gas impuestas como parte de la estrategia de "máxima presión" de Washington sobre el régimen de Maduro.
Así un cartel visto en los alrededores de Caracas, la capital: "Sanción junio 2017, EEUU bloquea fondos, Venezuela no puede importar insulina: solicitado por la oposición."
Sin embargo, la gran mayoría de la población se ha unido en torno a una nueva visión que gira en torno a la libertad, la paz y la reunificación familiar. Cerca de tres cuartas partes de quienes abogan por el cambio expresan su deseo de reconciliación y no de castigo.
Caracas personifica esta profunda agitación. En la década de 2010, durante el colapso económico de Venezuela, había escasez generalizada de alimentos, frecuentes cortes de electricidad y una inseguridad tan grave que la gente tenía miedo de salir de casa.
Ahora, la ciudad cuenta con numerosos restaurantes y bodegones de lujo, o tiendas de comestibles gourmet abastecidas con una variedad de productos importados de alta calidad. Pero estos lujos tienen precios desorbitados, por lo que sólo están al alcance de unos pocos privilegiados.
Mientras tanto, casi el 80% de la población vive en la pobreza; el 10% de los venezolanos padece inseguridad alimentaria grave, más que en ningún otro lugar de Sudamérica; y el 70% sufre graves restricciones de agua.
Esta dicotomía es la razón por la que una palabra resuena repetidamente en Caracas: la burbuja.
Por Chacao los cortes de electricidad son poco frecuentes, a diferencia de lo que ocurre en gran parte del resto del país. En esta zona conviven una peculiar mezcla de venezolanos adinerados de viejo cuño y enchufados -aquellos que se benefician de sus conexiones con el gobierno-.
Hacia otras partes de Caracas, la pobreza ha suscitado sentimientos antigubernamentales en barrios que antes eran bastiones chavistas. En el barrio de Pinto Salinas, una barriada pobre en el corazón de Caracas, empieza a perfilarse un panorama más complejo. Aún pueden verse signos de apoyo al Gobierno, como el anciano que pasea con un póster de Maduro. Pero ahora no quedan sin respuesta.