La semana pasada, este espacio estuvo dedicado a evaluar la renuncia forzosa de tres rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE), ente a cargo de organizar comicios en Venezuela. Los tres, considerados militantes del oficialismo chavista y garantes de un sistema de votación férreamente condicionado a los deseos del régimen de Nicolás Maduro. A todas luces, las renuncias se dieron para dar paso a un nuevo CNE que satisfaga algún nuevo capricho de la elite chavista.
Alejandro Armas/El Político
Quedaron solo dos rectores, representantes de la oposición. Sin embargo, esta semana también dimitieron. Uno de ellos, Roberto Picón, en un comunicado anunciando la decisión, admitió que se debe a una “situación irregular”, que “no convalida”.
De esta forma fenece lo que algunos comentaristas de la política venezolana llamaron “el mejor CNE de la historia”. ¿Realmente fue así? Veamos.
Denunciar sin corregir
El CNE con la que fuera su composición hasta hace apenas una semana fue un proyecto impulsado sobre todo por políticos y sectores de la sociedad civil que integran la oposición “pro sistema”. Es decir, aquellos que sostienen que la mejor forma de restaurar la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela es actuando dentro de las instituciones que el chavismo controla.
Dado que históricamente la oposición solo contó con un rector en el CNE, duplicar ese número fue visto por aquel grupo de opinión como una buena forma de probar sus tesis. Se pensó que así tendrían más margen de maniobra para atacar los vicios del sistema electoral.
Pero, al final, eso no fue así. La capacidad correctiva de los dos rectores fue nula. Se limitaron a denunciar los referidos vicios, pero no pudieron hacer nada para eliminarlos. Más bien, en varias ocasiones voceros de la elite gobernante los repudiaron por atreverse a denunciar, alegando que estaban sesgados por sus compromisos con la oposición. Todo un ejercicio de proyección freudiana.
Cuando la Unión Europea envió una misión de observación electoral para las elecciones regionales y locales de 2021, su informe final lamentó que las advertencias de los rectores opositores fueran sistemáticamente desatendidas. Esas elecciones, las únicas a escala nacional llevadas a cabo por el CNE que acaba de desaparecer, estuvieron marcadas por las mismas injusticias de procesos anteriores.
Insistencia, contra la evidencia
La continuidad del statu quo en el CNE pese a la duplicación de la presencia opositora pudiera mostrar a la oposición pro sistema los límites de su aproximación al problema político venezolano. Pero no parece que eso esté ocurriendo.
En el comunicado que anunció su renuncia, Picón explicó que lo hizo para “facilitar un proceso que debe ser conducido transparentemente por la Asamblea Nacional”. Se refiere al parlamento electo en 2020, el cual es otra institución que el chavismo domina plenamente. Hizo un llamado a “participar decididamente en el proceso de reconfiguración del CNE”.
La oposición pro sistema igualmente depositó su fe en la renovación del Tribunal Supremo de Justicia que la Asamblea Nacional hizo el año pasado. Hizo sus propuestas de magistrados para dicha corte, pero al final el chavismo las ignoró y consolidó su hegemonía sobre el organismo con funcionarios afines. En nada de esto repara el planteamiento de Picón sobre el próximo CNE.
En conclusión, falta en un sector de la oposición venezolana comprensión sobre la naturaleza de las instituciones del Estado actuales. Son básicamente cascarones vacíos que no pueden actuar más allá de lo que la elite chavista decide en privado. De manera que es muy poco lo que los adversarios del chavismo pueden hacer en ellas. El cambio para bien en este orden político es harto improbable si no se ejerce alguna forma de presión por fuera de las instituciones.