El Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sigue esforzándose por mejorar su percepción por el público de su país. Su éxito por los momentos es parcial. Aunque su posición en los sondeos de opinión pública es mejor que el año pasado, la mayoría sigue mostrando que son más los ciudadanos inconformes.
Alejandro Armas/El Político
Su suerte está en buena medida atada a la de la economía, que no ha terminado de superar las secuelas de la pandemia de covid-19 y los efectos globales de la guerra en Ucrania. Sobre todo a la inflación, que aunque ha venido cayendo poco a poco, se mantiene alta.
Ahora hay un nuevo dolor de cabeza: la quiebra súbita de varios bancos de tamaño mediano desde la semana pasada. No es una crisis de todo el sistema financiero, pero hay angustias de que a eso mismo se llegue, tal como en la recesión de 2008. Colmo de males, los dispositivos gubernamentales para evitarlo pudieran chocar con las medidas anti inflación. ¿Cuán grande es el aprieto? ¿Puede complicarle a Biden el ya difícil reto de recuperar su popularidad? Veamos.
El dilema monetario
Las entidades financieras en cuestión son Silicon Valley Bank y Signature Bank, ambos de operaciones regionales. Dado que no tienen el alcance de gigantes del sector como JPMorgan Chase o Bank of America, su quiebra en sí misma no representa una gran tragedia. Pero existe el temor de un efecto dominó que infecte al resto del sistema financiero nacional y precipite una nueva recesión.
De ahí que el gobierno haya intervenido ambos bancos y se comprometa a resarcir a los depositantes. Por otro lado, Biden rechazó taxativamente un rescate de las dos empresas propiamente dichas. Eso sí se hizo en la crisis de 2008 y resultó ser sumamente impopular, por la noción de que se estaba salvando a los empresarios de una debacle de su responsabilidad, mientras millones de ciudadanos comunes pasaban penurias económicas inmensas.
Hay varias razones detrás de la caída de los dos bancos. Pero una de ellas, acaso la más trascendental, fue que la reciente subida de las tasas de interés por la Reserva Federal (el banco central de EE.UU.) afectó inmensamente su modelo de negocios. En general, al dificultar los préstamos, esta alza supone una presión sobre los bancos. Pero además, Silicon Valley Bank hizo grandes inversiones en bonos del Tesoro norteamericano, cuyo rendimiento se redujo por la misma causa.
Pero resulta que subir las tasas de interés ha sido la principal herramienta de la Reserva Federal para contener la inflación. Dado que el aumento de precios se desaceleró pero sigue siendo rápido, se esperaba su continuidad. Ahora, visto que las dificultades de los bancos pueden ser fatales, surge un dilema. O se mantiene con dureza la medida, so riesgo de más clausuras y una recesión consiguiente, o se la suaviza, con la posibilidad de que la inflación empeore.
El Presidente paga los platos rotos
La Reserva Federal actúa con autonomía al fijar la política monetaria de la nación. La Casa Blanca no puede ordenarle que aumente o reduzca las tasas de interés. Pero este tipo de minucias rara vez es considerada por los votantes. El poder ejecutivo, y sobre todo el Presidente, es quien suele absorber el impacto negativo de cualquier deterioro económico. De manera que las peores consecuencias a cada lado del dilema representan peligros para la imagen de Biden.
El mandatario puede defenderse alegando que un relajo de las regulaciones bancarias durante el gobierno de su predecesor, Donald Trump, impidió al ejecutivo actual presionar a los bancos para que tomaran medidas preventivas. Pero la efectividad de tal táctica es dudosa, pues los ciudadanos suelen desinteresarse por el pasado y exigir eficacia a quien gobierne en el presente.
En efecto, ya varios dirigentes destacados del Partido Republicano enfilaron sus baterías contra Biden, acusándolo de ser incapaz de manejar la crisis sin comprometer dinero de los contribuyentes.
De todas formas, no necesariamente hay una calamidad financiera inminente. Si las medidas gubernamentales de control de daño funcionan y resulta ser que aspectos específicos de los bancos quebrados precipitaron su caída, el daño no tiene que extenderse a entes más grandes. Y entonces el dilema de la Reserva Federal no sería de tan difícil resolución.