El exmandatario Luiz Inácio "Lula" da Silva triunfó por escaso margen en las elecciones presidenciales de Brasil, superando al actual jefe de Estado, Jair Bolsonaro. Ambos hombres representan a un país polarizado y a visiones muy opuestas sobre cómo se debe gobernar.
Alejandro Armas/El Político
Quizá en la política exterior el contraste no será tan grande, pero en algo sí cabe esperar un giro extremo: la aproximación al vecino del norte, Venezuela. Aunque sin involucrarse mucho, Bolsonaro se sumó al esfuerzo, encabezado por Estados Unidos, de presionar por una transición negociada mediante sanciones y aislamiento diplomático.
De Lula cabe esperar lo contrario. Veamos.
Viejos amigos
El primer gobierno de Lula (2003-2010) coincidió con el de Hugo Chávez en Venezuela. Fueron grandes aliados, pese a que el brasileño no copió en su propio país el estilo autoritario del venezolano. Juntos fomentaron proyectos de integración latinoamericana de filiación izquierdista. Empresas brasileñas promovidas por Lula hicieron inversiones en obras del Estado venezolano, muchas de las cuales fueron hervideros de corrupción.
Fuera de la presidencia brasileña, Lula mantuvo relaciones positivas con el chavismo. Después de lo peor de la escalada autoritaria en Venezuela, se abstuvo de criticar el gobierno de Nicolás Maduro. Apenas el año pasado, en un una entrevista televisiva, Lula incluso negó los señalamientos de que en Venezuela no hay democracia. Asimismo, criticó la política de "máxima presión" sobre el chavismo de EE.UU. y otros gobiernos.
Al igual que otros líderes izquierdistas latinoamericanos, Lula sostiene que los problemas políticos de Venezuela los deberían resolver los venezolanos sin ningún tipo de participación extranjera. Por ello, cabe esperar que su política hacia Venezuela sea similar a la Gustavo Petro desde Colombia. Es decir, reanudación de relaciones diplomáticas ordinarias y abstención de acciones que molesten a la elite chavista (como denuncias por violaciones de DD.HH.).
Lo más probable es que Lula favorezca el diálogo entre el gobierno venezolano y sus detractores, pero sin ningún tipo de presión sobre el primero. De esa forma, tal como ocurrió con Colombia, la oposición pierde margen de maniobra para exigir del chavismo concesiones democráticas.
¿Más conectados?
Como parte del más que probable regreso de relaciones diplomáticas entre Caracas y Brasilia, cabe esperar que la segunda retire el reconocimiento formal a los representantes del llamado "gobierno interino" venezolano que encabeza Juan Guaidó. En su lugar, el gobierno de Lula recibiría a quienquiera que el chavismo designe como su embajador en Brasil.
Inversamente, a partir de 2023 (Lula asume el 1 de enero), Caracas pudiera contar nuevamente con un embajador brasileño. Las actividades consulares volverían así, poco a poco, a la normalidad. Como ocurrió con el ascenso de Petro, ello representa un alivio para ciudadanos venezolanos comunes que están agobiados por el aislamiento de su país y las dificultades para viajar.
Sin embargo, no necesariamente las cosas fluirán tan rápido. Volvamos al ejemplo colombiano. Casi tres meses después de que Petro asumiera la presidencia de Colombia, no se han reanudado las respectivas actividades consulares en Caracas y Bogotá. Tampoco se han reanudado los vuelos directos entre ambos países, debido a intríngulis geopolíticos relacionados con las sanciones de EE.UU.
En conclusión, el cambio de Bolsonaro a Lula pudiera, aunque no es seguro, facilitar el tránsito de personas y mercancías entre ambos países. Pero la probabilidad de que incida positivamente en el esfuerzo por la restauración de la democracia en Venezuela es mínima.