El llamado "Consenso de Crimea", el acuerdo tácito entre todos los partidos políticos rusos de apoyar sin rechistar la defensa de los intereses nacionales dentro y fuera del país, aunque sea por la fuerza, ha reducido a la nada el debate democrático.
Las recientes elecciones legislativas, en las que la abstención fue superior al 50 por ciento por vez primera en la historia, han puesto sobre la mesa los primeros frutos de esa "democracia dirigida" del jefe del Kremlin, Vladímir Putin.
"A Putin ya no le interesa el resultado que logre Rusia Unida. Él ha alcanzado un consenso con los partidos en la Duma", dijo a Efe Serguéi Mirónov, líder de Rusia Justa, una de las cuatro formaciones que obtuvieron representación parlamentaria, durante la campaña.
Mirónov se refería a que, independientemente de las diferencias ideológicas entre oficialistas, comunistas, nacionalistas y socialdemócratas, Putin puede contar en todo momento con la lealtad de esas cuatro formaciones y la docilidad de la Duma o Cámara de diputados.
La anexión de la península ucraniana de Crimea, una "operación especial" ideada y gestionada desde el Kremlin, fue el punto culminante de este contubernio, ya que la recuperación de la gloria perdida es algo que une a la gran mayoría de los rusos, que siguen añorando el imperio desaparecido con la caída de la URSS.
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La intervención aérea en Siria, la segunda en la historia de Rusia desde la invasión de la región georgiana de Osetia del Sur en 2008, tampoco admitió derecho de réplica, aunque la recesión desaconsejaba ese tipo de atrevimientos.
Poco importa, ya que los rusos están acostumbrados a resistir estoicamente las inclemencias y, como dijo un viceprimer ministro ruso, están dispuestos hasta a comer menos y a dejar de viajar al extranjero, si es necesario.
Pero en realidad, todo comenzó mucho antes, cuando Putin regresó al Kremlin en mayo de 2012 tras cuatro años de paréntesis obligado como primer ministro y, después de las mayores protestas en 20 años, aprobó draconianas leyes que limitaron la libertad de reunión y manifestación.
Nadie discrepó, y lo mismo ocurrió cuando el líder ruso adscribió al Kremlin una nueva estructura de fuerza, la Guardia Nacional, que incluye a los temidos efectivos antidisturbios, a los que dio autoridad para disparar a civiles en caso de disturbios.
También fue aprobada sin mayores debates la controvertida ley sobre "agentes extranjeros", entre los que se debía incluir a todas aquellas ONG que recibían financiación exterior, entre las que figurarían Golos (Voto), que combate el fraude electoral, y Levada, el mayor centro sociológico independiente del país.
Sólo los comunistas han llegado a criticar, aunque siempre sin grandes aspavientos, algunas de esas decisiones, especialmente las que les perjudicaban, como el caprichoso adelanto de los comicios parlamentarios de diciembre a septiembre.
Nadie se preguntó por qué después de introducir la elección de los 450 diputados de la Duma por listas de partidos en 2003, Rusia recuperó de nuevo el sistema mixto, justo cuando la popularidad del partido del Kremlin se encontraba bajo mínimos debido a la crisis.
Tras recibir en las anteriores elecciones parlamentarias 12 millones de votos menos que en 2007, el Kremlin decidió desenterrar la fórmula del éxito -las circunscripciones unipersonales-, en las que el pasado domingo se llevó 203 de 250 asientos.
Los oficialistas lograron ahora 16 millones de votos menos que hace nueve años, pero han logrado 30 escaños más y una aplastante mayoría constitucional (343), algo que incluso la presidenta de la Comisión Electoral Central, Ela Pamfílova, consideró "inesperado".
Según los analistas más críticos con el Kremlin, Putin ha convertido la democracia rusa en un teatro de títeres en el que él maneja todos los hilos y los diputados y demás figuras políticas únicamente asienten.
Los rusos han entendido el mensaje y tras el fraude de 2011 simplemente declinaron acudir a las urnas, lo que fue especialmente sangrante en las dos principales ciudades del país, Moscú y San Petersburgo, donde la participación apenas superó el 30 por ciento.
Como informó el Centro Levada, un 80 por ciento de los rusos es consciente de que no tiene ninguna posibilidad de influir en la toma de decisiones, lo que contribuye a la apatía política y social, ideal caldo de cultivo para todo régimen autoritario.
Como es habitual, una vez que Rusia Unida logró la victoria, el Kremlin habló de que el resultado es un reflejo del apoyo unánime a las políticas de Putin, cuya popularidad oscila entre el 80 y 90 por ciento desde la reincorporación de Crimea.
Pero la realidad es que gran parte de los votos que recibió Rusia Unida provienen de las regiones que dependen casi totalmente de la financiación estatal, como es el caso de las caucasianas Chechenia, Daguestán o Ingushetia.
Con información de EFE