En las últimas semanas se renovó la muestra de cuán autoritario es el gobierno de Daniel Ortega. Esta vez, el blanco de su furia es la Iglesia católica local.
Alejandro Armas/El Político
La nueva arremetida incluye ataques a templos del rito apostólico romano, detenciones de sacerdotes y la clausura de medios de comunicación católicos. Particular atención recibió el arresto del obispo Rolando Álvarez.
¿A qué se debe esta oleada de agresiones contra la Iglesia en el país centroamericano? Veamos.
Otro elemento por someter
Normalmente, las transiciones autoritarias contemporáneas se dan de forma lenta, y no como golpes de Estado fugaces. Sin embargo, el desmontaje de las instituciones democráticas nicaragüenses por Ortega ha sido atípicamente rápido, con varios ciclos de persecución muy fuertes. El arresto de candidatos opositores en las últimas elecciones presidenciales es prueba elocuente.
Pero el régimen nicaragüense no se ha limitado a suprimir a políticos opositores. La sociedad civil también está en su mira. Porque, como explicaron los politólogos Juan Linz y Alfred Stepan, una sociedad civil autónoma es uno de los elementos cruciales de cualquier democracia. De ahí que los regímenes autoritarios intenten obligarla a que se alinee con ellos, o que por lo menos no se involucren con la política.
De ahí que la dictadura de Ortega se ensañe contra la prensa independiente, cierre medios y encarcele a periodistas. También ha sido muy hábil cooptando a las elites empresariales nicaragüenses, manteniéndolas satisfechas pese a su discurso de izquierda radical. Con la Iglesia, ese otro elemento a menudo conservador, no ha tenido igual suerte. El episcopado mantiene un tono crítico ante la escalada autoritaria y las violaciones de DD.HH.
¿Es esa voz muy influyente? El catolicismo ha perdido adeptos en las últimas décadas en Nicaragua y actualmente abarca a más o menos la mitad de la población, porcentaje bajo para un país latinoamericano. Las iglesias protestantes ganaron mucho terreno. Pero de todas formas, una lectura laica del mensaje de las críticas de la Iglesia al régimen de Ortega puede resonar entre quienes no sean sus feligreses. Porque no es un asunto de fe.
En el pasado, los cuestionamientos de la Iglesia a dictadores latinoamericanos contribuyeron con el incremento de la oposición y sus prontas caídas. Fue el caso de Juan Domingo Perón en Argentina, quien protagonizó una disputa intensa con el sacerdocio católico justo antes de su derrocamiento. O el venezolano Marcos Pérez Jiménez, interpelado por el entonces arzobispo de Caracas, Rafael Arias Blanco, en una histórica encíclica que precedió por unos meses el fin de la dictadura.
Amarga historia
La relación antagónica entre la Iglesia católica y Daniel Ortega es de larga data. No siempre fue así, como recuenta un artículo de esta semana en Deutsche Welle. Como ocurrió en otros países latinoamericanos, varios curas católicos nicaragüenses han sido simpatizantes de la muy izquierdista “teología de liberación”. Fueron parte de la resistencia a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle en y algunos hasta colaboraron con el sandinismo encabezado por Ortega en la década de 1970.
Las cosas cambiaron cuando el sandinismo llegó al poder en 1979 y desarrolló sus propias prácticas autoritarias. Entonces varios sacerdotes alzaron la voz contra Ortega, y lo pagaron con atropellos por parte del régimen. Hasta el papa Juan Pablo II, durante una visita a Managua en 1984, emitió cuestionamientos contundentes.
Otros, en cambio, se mantuvieron comprometidos con el gobierno revolucionario durante los años 80. Por ejemplo, el sacerdote y célebre poeta Ernesto Cardenal. En la década siguiente, Cardenal rompió con varios de sus camaradas y se adhirió a una suerte de sandinismo disidente. Durante la segunda presidencia de Ortega fue un crítico duro. Y aunque el gobierno decretó luto nacional cuando Cardenal murió en 2020, su funeral fue saboteado por seguidores de Ortega, quienes agredieron y hasta robaron a los asistentes.
Cuando, en 2018, Nicaragua estalló en protestas contra el gobierno sandinista, que fueron reprimidas con un saldo de cientos de muertos, acabó un interludio de relativa armonía con la Iglesia. El clero una vez más criticó las violaciones de DD.HH., por lo que Ortega reaccionó tildándolo de “golpista”. El resto es la historia que hoy tiene otro capítulo.