El Diccionario de la Real Academia de la lengua española, define discernir como “Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas. Comúnmente se refiere a operaciones del ánimo”.
Juan José Monsant / El Político
No me dijo mucho esta definición. Para ser sincero nada, como no sea lo elemental entre tantos sinónimos.
Faltó allí la inventiva del escritor, también académico, don Arturo Pérez-Reverte, más situado en el mundo real, que en el de los claustros, cualesquiera que ellos fueren.
Para los judeocristianos el discernimiento tiene otro alcance, aunque también comprende distinguir una cosa de otra, siendo esto último un mero requisito del discernimiento.
Discernir en cristiano
Discernir es mucho más que separar lo cierto de lo erróneo, la verdad sobre la mentira, el bien del mal, la materia del espíritu.
En el Pentateuco, la Torá para los judíos, se encuentran varias menciones del discernir en momentos álgidos de una situación.
En el primer concilio cristiano, llamado también el Concilio de Jerusalén (alrededor de la segunda mitad del siglo I) dos interpretaciones pastorales se enfrentaron entre los discípulos del Cristo.
La de San Pablo quien predicaba preferentemente entre los “gentiles” mayoritariamente griegos o judíos helenizados, y la postura de Santiago, cuya evangelización captaba a muchos fariseos. Por lo que tendía a ser más apegado a la ley de Moisés.
Pablo no exigía a los gentiles la obligatoriedad de la circuncisión, ni el acatamiento de los seiscientos trece preceptos de obligatorio cumplimiento en la práctica judía.
La peligrosa tensión que había surgido sobre aplicar o no la ley de Moisés a los gentiles convertidos, amenazó a la incipiente iglesia a su dispersión doctrinaria o a su propia extinción. Por lo que la asamblea cristiana de Jerusalén con el apóstol Pedro a la cabeza decidieron invitar a Pablo y a Santiago a exponer cada uno su argumentación, y discernir el conflicto hasta alcanzar la verdad.
El Concilio de Jerusalén
Este fue el sentido de la convocatoria a Jerusalén; discernir sobre este tema y evitar una división en la naciente iglesia.
Para los cristianos discernir es reunirse en la presencia del Espíritu Santo para llegar a la verdad. Dilucidar el conflicto despojándose cada uno de sus razonamientos preconcebidos para encontrar el consenso.
No como fruto de una votación donde se impone la mayoría, dejando vencedores y vencidos, sino en el convencimiento que lo acordado fue lo más adecuado, luego de una libre y honesta deliberación.
Y se logró, nació realmente el cristianismo en ese Concilio. Pablo y Santiago asumieron lo acordado, atendieron el llamado de la iglesia de Jerusalén (la asamblea de creyentes junto a su obispo Pedro) sin un vencedor y un vencido.
Allí surgió el cristianismo como religión universal, separada del judaísmo.
Bajo la inspiración del Espíritu Santo
No tengo la preparación para exponer sobre estos temas, pero si la buena intención y la curiosidad histórica por madurar mi fe.
Lo que me hace compartir con el lector la inquietud no solo por nuestra Iglesia común, hoy sometida a tensiones y conflictos como los del año I de nuestra era, que intentan dilucidar, en el próximo Sínodo de Obispos.
El cual ha sido convocado para el mes de octubre del presente año, con un solo tema: “la Iglesia sinodal”. En la búsqueda de la interpretación del signo de los tiempos bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Falta discernimiento
¿Qué podemos aprender, interiorizar, asumir, los creyentes y no creyentes del discernimiento en el sentido expuesto, para aplicar la toma de decisiones en la vida política?
Es evidente que mucho. Porque inmersos como nos encontramos a nivel mundial desde Venezuela, Estados Unidos, Rusia, Panamá, Siria y en cada uno de los países existentes con incontrolables crisis de convivencia y seguridad, no hemos podido alcanzar una relativa paz interna que nos permita compartir un mismo objetivo. A pesar de las continuas reuniones, convenciones, pactos, firmas de documentos, nuevas constituciones,
Quizá, discernimiento es lo que le ha faltado a nuestra oposición y a los representantes del gobierno de facto, cada vez que se sientan a dialogar en las Bahamas, República Dominicana, México, Noruega o en cualquier lugar donde se hayan reunido, para retornar al mismo sitio de donde salieron, con los mismos actores, agendas y promesas.
Desde aquél lejano 2002, sentadas las partes en el Meliá Caracas, bajo la meliflua dirección de Cesar Gaviria, en su calidad de Secretario General de la OEA. Todos ellos, sin pasar por alto al Grupo de Boston y la fallida intermediación del Vaticano a solicitud del propio gobierno.
Dialogar no es negociar
Claro, anhelamos el diálogo en Venezuela. Mas, como apuntó el Papa Francisco en su viaje apostólico a Paraguay en julio del 2015, durante un encuentro con la sociedad civil en el colegio San José de Asunción:
“Dialogar no es negociar. Negociar es procurar sacar la propia tajada. Si vas con esa intención, no pierdas tiempo”.
El desprenderse de posturas preconcebidas, disponerse a escuchar al otro, asumir el conflicto para solucionarlo y determinar el objetivo, se nos impone para sobrevivir con dignidad.
De lo contrario, el mundo queda a disposición de los Putin, los Chávez, los Maduros, los Kim Jon-Un, los Ortega y cuanto autócrata ande por el mundo acumulando víctimas, egos y riquezas.
Y a las tiranías hay que sudarlas como a las gripes, combatirlas y derrotarlas para rescatar la dignidad, consustancial con la libertad.