Los atenienses sabían que no podían permitir que los Melios permanecieran neutrales ante el conflicto que enfrentaba a Esparta y Atenas por el dominio del mundo helénico. Era sencillamente muy peligroso. Por eso Atenas envió a sus embajadores a la pequeña isla de Melos en misión diplomática para persuadir a los representantes de ese territorio sobre la necesidad de aliarse con ellos bajo la amenaza de ser conquistados.
Los detalles de ese diálogo llegaron a nosotros gracias a la virtud de Tucídedes que, en su Historia de la Guerra del Peloponeso, reproduce la palabra de los embajadores de Atenas. "Ustedes bien saben, como nosotros sabemos, que tal como suceden las cosas en el mundo, el derecho es un tema del que tratan sólo los que son iguales entre sí por su poder, en tanto que los más fuertes hacen cuanto pueden y los débiles sufren cuanto deben".
La "diplomacia unilateral" ateniense proyectó poder ante la debilidad de los Melios que mantuvieron su neutralidad y sufrieron la conquista. El trabajo de Tucídedes, en el siglo V a.c., atravesó la historia y su ideario fue muchas veces renovado por otros que, hasta el día de hoy, creen que en un mundo anárquico los estados más poderosos se imponen sobre los más débiles. En Relaciones Internacionales se los conoce bajo el nombre de realistas.
Uruguay estuvo sometido durante los últimos dos meses a la presión de Brasil, el sheriff de la región, quien con el nuevo gobierno de Michel Temer se propuso hacer lo necesario para quedar lo más lejos posible de la Venezuela chavista.
Como los Melios, el gobierno uruguayo procuraba tener un lugar de neutralidad en la escalada entre los socios fundadores del Mecosur -en especial de Brasil- y el gobierno de Nicolás Maduro, en torno a la transferencia de la presidencia pro témpore y la situación de los Derechos Humanos en el país caribeño.
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Como los Melios, los representantes uruguayos recibieron en su tierra a los "embajadores" de Brasil quienes hicieron una muestra de su estilo de "diplomacia agresiva" para torcer la determinación uruguaya.
Con el canciller, José Serra, a la cabeza y el expresidente, Fernando Henrique Cardoso, de apoyo político la comitiva brasilera llegó el 5 de junio a Montevideo para, en palabras del canciller, Rodolfo Nin Novoa, "comprar" el apoyo de la administración de Tabaré Vázquez.
Horás después llegó el rugido de Serra y el pedido de disculpas de Nin Novoa bajo el pretexto de "un mal entendido". Pero, como los atenienses, Brasilia nunca dejó de hacerle saber al gobierno de Vázquez que el precio por seguir abrazado a Venezuela podía ser alto; demasiado para un país del tamaño de Uruguay.
En cada reunión del Grupo del Mercado Común y en algunos memorandums que iban y venían desde una cancillería hacia la otra estaba el mensaje de los embajadores atenienses inscriptos en piedra: "los más fuertes hacen cuanto pueden y los más débiles sufren cuanto deben".
A diferencia de los Melios, el gobierno de Tabaré Vázquez decidió obrar de manera racional: hizo un análisis de costos y beneficios en función de las alternativas que tenía y entendió que la simpatía del segundo socio comercial uruguayo era mucho más importante que la defensa de un gobierno que pidió ingresar al Mercosur pero que hasta ahora no demostró interés por incoporar los pilares básico de la organización.
El camino que debía recorrer Uruguay parecía tan evidente que ni siquiera el Frente Amplio erigió barreras ideológicas para desviar la dirección de la cancillería.
Aunque Venezuela fue ultimada con un mecanismo jurídico irreprochable, es inevitable pensar que el gobierno uruguayo tomó una decisión política cuando la tormenta ya se convertía en temporal. En este caso "lo jurídico" estuvo al servicio de "lo político". Y actuar de forma política fue una estrategia de supervivencia. Si no que le pregunten a los Melios.
Con información de El Observador