Termina el primer mes de 2022 sin que se aplaque la tensión por una posible invasión de Ucrania desde Rusia. El mundo está a la espera de que el presidente ruso Vladimir Putin tome una decisión definitiva.
Alejandro Armas / El Político
Las democracias de Europa y Norteamérica, encabezadas por Estados Unidos, reaccionaron con una retahíla de advertencias sobre las consecuencias que enfrentaría la potencia eslava si agrede a su vecino. Pero siempre han dejado claro que no piensas intervenir militarmente. Más bien amenazan con un paquete de grandes sanciones económicas a Rusia.
De momento, estos esfuerzos no han convencido al Kremlin para que descarte una invasión. ¿Es todo en vano? ¿Hasta qué punto puede Occidente presionar a Rusia?
Depende del ciudadano común
A medida que EE.UU. deja atrás su intervencionismo militar, las sanciones se han vuelto su forma predilecta de moldear la conducta de adversarios alrededor del mundo. Pero el éxito de dicha aproximación no está nada garantizado. Depende de factores como la fortaleza del país objetivo, la cooperación de otros Estados, etc.
Los politólogos Steven Levitsky y Lukan Way sostienen que es difícil que un Estado fuerte, como Washington, logre un cambio de gobierno en otro Estado fuerte, como Moscú, mediante sanciones. Pero la Casa Blanca no está buscando la caída de Putin. Su objetivo es evitar una invasión de Ucrania, meta mucho más modesta. Ya que (pese a la retórica del Kremlin), Ucrania no representa una amenaza existencial inminente para el régimen de Putin, el análisis de costos y beneficios de cara a sanciones enormes sí pudiera en última instancia disuadirlo.
Pero estas serían las primeras sanciones con un impacto considerable en la población rusa común. Las anteriores estuvieron concentradas en la elite oligárquica rusa. Las medidas punitivas que Washington evalúa ahora, incluyendo a los mayores bancos rusos, pudieran desconectar el sistema financiero de ese país del resto del mundo. Ello devaluaría el rublo de forma estrepitosa y golpearía los ahorros y poder de compra de la población. También haría estragos en el mercado de valores de Moscú.
Las masas rusas pudieran reaccionar de dos formas. O culpan a Putin por socavar sus finanzas personales con una aventura expansionista, o le dan otro espaldarazo y a Washington le sale el tiro por la culata. Después de todo, la propaganda oficialista rusa se la pasa diciendo al público que Occidente los quiere perjudicar a todos, no solo a Putin. A veces, las medidas contra un gobierno terminan produciendo un efecto nacionalista que refuerza su base (efecto rally around the flag), sobre todo si el ciudadano común siente los efectos.
Daño colateral en casa
Si EE.UU. y sus aliados llegaran a implementar estas medidas, pero no surten el efecto deseado, pudieran entonces sancionar la industria rusa de los hidrocarburos. La mayor fuente de ingresos de Rusia es la exportación de petróleo y gas natural. El impacto en este caso sería incluso mayor.
Pero de momento Washington lo ha descartado explícitamente. Tiene sus propias razones. Sancionar las exportaciones de petróleo ruso dispararía el ya elevado precio del crudo a nivel mundial. Con ello, subiría también el precio de la gasolina, justo cuando Estados Unidos sufre de inflación alta que alarma a sus ciudadanos. Con las elecciones para el Congreso a la vuelta de la esquina, Biden lo pensaría dos veces.
Por otro lado, decidan lo que decidan los gobiernos occidentales, a Moscú no le faltan formas de responder. Una de ellas sería la restricción del envío de gas natural a Europa Occidental. Rusia es el principal proveedor de gas de varios países en esta región, incluyendo a Alemania, líder de no oficial de la Unión Europea.