En julio de este año, el mundo entero quedó impresionado por el estallido de las protestas más grandes que ha experimentado Cuba desde la llegada al poder del castrismo. No tan sorprendente fue la respuesta gubernamental: represión dura.
Alejandro Armas / El Político
Pareció por un tiempo que el episodio, aunque sin precedentes, fue suprimido del todo a sangre y fuego. Sin que el régimen comunista hiciera concesiones importantes, y ni hablar de democracia. Pero esta semana volvieron las protestas a la isla, con lo cual los manifestantes demostraron su tenacidad.
Ahora bien, ¿por qué justo ahora hay estallidos de descontento, luego de décadas de autoritarismo y precariedad económica? ¿Los manifestantes obtendrán los que buscan? Veamos.
Causas…
Cuba de hecho vivió un brote de protestas políticas en 1994. Fue el llamado “Maleconazo”. Como su nombre lo dice, las manifestaciones se limitaron al corazón de La Habana (referencia a su célebre Malecón). Además solo duraron un par de días.
En cambio, las protestas de julio de este año duraron entre una y dos semanas, con brotes menores en días siguientes. Y no se dieron solo en la capital. Hubo manifestaciones en Pinar del Río, Artemisa, Matanzas, Cienfuegos, Camagüey, Bayamo, Santiago de Cuba, Holguín, Guantánamo y otras localidades. El arco cubano estuvo encendido de punta a punta.
Así como hay diferencias, hay similitudes. El "Maleconazo" estalló durante el "Período Especial" de los 90, tiempo de mucha precariedad económica (más de lo normal). Esto debido a la desaparición súbita de la Unión Soviética, principal sostén financiero del castrismo por más de 30 años. El malestar económico se transformó en descontento político. Hoy, tampoco, al Estado cubano le dan las cuentas. Debido a su absorción de buena parte de la sociedad, en seguimiento de la doctrina marxista-leninista, la pobreza del Estado supone una sociedad desvalida.
El régimen chavista de Venezuela al despuntar el siglo XXI reemplazó a Moscú como generoso mecenas del socialismo revolucionario cubano. Pero desde hace años redujo considerablemente sus aportes debido a su propio descalabro económico. A esto hay que agregar el efecto de la pandemia de covid-19 sobre el turismo, importantísima fuente de moneda dura en la isla. Por supuesto, un tercer factor es la continuada influencia del dogma marxista, cuyo fracaso ha sido harto demostrado, en la economía antillana.
Hay por lo tanto un alto grado de malestar social entre los cubanos. Un malestar que ahora es más fácil de expresar y compartir, gracias a la llegada tardía del internet a la isla. Aunque censurado y hasta bloqueado por las autoridades, el internet ha permitido a ciudadanos comunes acceder a contenido informativo prohibido y articularse entre ellos de forma impensable antes.
La población ha sabido hacer uso de estas nuevas herramientas. Una primera muestra del descontento entre cubanos fue el Movimiento San Isidro, que congregó a finales del año pasado a artistas de diferentes disciplinas en un mensaje de denuncia política. Luego vino la difusión masiva del tema musical “Patria y vida”, interpretado por varios rapemos cubanos, y que se volvió el manifiesto informal de los manifestantes.
…y posibles consecuencias
Todo indica que el régimen cubano tomó la decisión firme de no permitir que las protestas de esta semana alcancen una dimensión igual o mayor que las de julio. Actuó preventivamente, con una oleada de arrestos y un despliegue policial enorme. Parece que está surtiendo efecto. El volumen de manifestantes ha sido considerablemente menor.
Los movimientos de protesta no duran para siempre. Dado que exigen tiempo y esfuerzo que pudieran ser empleados en la generación de recursos de para satisfacer necesidades individuales, se agotan si no cumplen sus objetivos. Sobre todo si hay represión fuerte.
Este es otro punto en común con el “Maleconazo”. Fidel Castro acusó en aquel entonces a Estados Unidos de estar detrás de las protestas, desestimó como “apátridas” a los descontentos y ordenó reprimirlos con puño de hierro. Su sucesor actual, Miguel Díaz-Canel, ha actuado prácticamente igual.
A menos que las manifestaciones superen el miedo a la represión y la fatiga de los participantes, es poco probable que cumplan con su objetivo. En caso de que sí extiendan, habría un escenario de enorme conflictividad social que nuevamente ponga la atención del mundo sobre Cuba y estimule un aumento de la presión internacional sobre el castrismo. Semejante combinación de presiones externas e internas tal vez sí devenga en un cambio sustancial. Pero no hay garantías.