Luego de unos primeros meses de cifras muy positivas, los niveles de aprobación del presidente Joe Biden se han venido abajo. Aparte de la polarización perdurable que hace muy difícil que un Presidente demócrata sea aprobado por simpatizantes del Partido Republicano, un conjunto de problemas que afligen a la sociedad estadounidense explican este fenómeno.
Alejandro Armas / El Político
El camino hacia la normalidad posterior a la pandemia de covid-19 luce bloqueado por una tasa de inmunización baja para un país desarrollado.
La economía se recupera a un paso más lento de lo esperado y persiste el temor de que la inflación se salga de control. El retiro de Afganistán, aunque deseado por la mayoría de los estadounidenses, se ejecutó de manera desastrosa. Hay un flujo crítico de inmigrantes indocumentados en la frontera sur.
Biden tiene un par de ases bajo la manga que pudieran cambiarle la fortuna. Son sus dos enormes proyectos de ley presupuestaria.
Uno, de mil millones de dólares, es para obras de infraestructura (carreteras, puentes y hasta plataforma de internet en zonas rurales). El otro, de 3,5 mil millones de dólares, está diseñado para expandir el Estado del Bienestar norteamericano a niveles sin precedentes al menos desde la década de 1980. Incluye aparte varias prioridades de los demócratas, como proyectos de lucha contra el cambio climático.
Ambas iniciativas son populares y pudieran darle un empujón al propio Biden.
Hace un mes, USA Today difundió una encuesta según la cual 63% de los norteamericanos aprueba la ley de infraestructura, incluyendo a 36% de los que se identifican como republicanos. El respaldo a la ley de Estado del Bienestar, aunque menor, sigue siendo vasto: 52%.
El detalle es que la gente quiere ver estas leyes en acción. Las buenas intenciones no bastan. Y justo ahora, la ejecución de ambas está bloqueada por desacuerdos amargos, no solo entre republicanos y demócratas, sino también entre la militancia del partido de Biden.
Juego trancado
De los dos proyectos de ley, el que tiene más probabilidades de éxito es el de infraestructura. Como se vio, es el más popular y el que tiene más respaldo bipartidista.
En efecto, el Senado lo aprobó con un voto de 69 votos a favor y 30 en contra. Una mayoría increíble en este entorno tan polarizado. Entre los que dijeron “sí” estuvo hasta Mitch McConnell, líder de la minoría republicana en la cámara alta, quien ha ganado notoriedad por su vocación de frenar iniciativas del partido contrario.
Para que la legislación sea remitida a la Casa Blanca y firmada por Biden, solo falta que la Cámara de Representantes le dé el visto bueno.
Aquí empiezan las complicaciones. El ala izquierdista del Partido Demócrata en esta cámara (los llamados “progresistas”) se niegan a apoyar la ley de infraestructura a menos que su hermana más costosa sea aprobada por el Senado.
Mientras tanto, la facción moderada se rehusa a respaldar la ley de Estado del Bienestar si la de infraestructura no sale airosa de la Cámara de Representantes.
Dado que actualmente la mayoría demócrata existe por un margen ínfimo (220 curules ante las 212 de los republicanos), es poco probable que cualquiera de las leyes sea aprobada sin apoyo unánime del partido. A menos que suficientes republicanos se unan a los demócratas moderados en respaldo de la ley de infraestructura, lo cual no es nada seguro.
Ahora bien, ¿por qué los demócratas no pueden sencillamente cumplir con la exigencia izquierdista y usar su mayoría para aprobar la ley de Estado de Bienestar en el Senado?
Pues, porque esa mayoría simple es insuficiente. Las reglas de la cámara alta exigen una mayoría calificada de al menos 60 votos para acabar con el filibuster. Una licencia para que cualquier senador hable por el tiempo que quiera del tema que desee.
Así se bloquea efectivamente el debate previo a la aprobación de una ley. Los republicanos, que se oponen totalmente y al unísono a la ley de Estado del Bienestar, no disimulan su intención de usar el filibuster para vetarla.
Todo esto se ha traducido en un juego trancado en el que nada avanza y las facciones demócratas se culpan mutuamente.
Los izquierdistas exigen la eliminación del filibuster, o recurrir a un método paralelo de sanción de leyes, llamado “reconciliación”.
Pero los moderados se niegan, pues valoran el filibuster, y no están de acuerdo con que el proyecto sea tan costoso. Sin su apoyo, no se puede proceder por esas vías. Los moderados a su vez pretenden que los progresistas sacrifiquen, tal vez solo temporalmente, la ley del Estado del Bienestar, para dar prioridad a la de infraestructura.
Aunque ocupe otro poder público, Biden sale perdiendo de este entuerto. No sorprende entonces que esta semana invitara a representantes de ambos grupos de su partido a la Casa Blanca para tratar de negociar un compromiso.
Aunque luego de los encuentros hubo las palabras bonitas de rigor (“diálogo constructivo”, etc.), no emergió ninguna garantía de acuerdo.
Consecuencias
Esta confrontación entre demócratas es un gesto elocuente de la diversidad de posturas entre sus filas.
Más que un partido ideológicamente monolítico, es una alianza de intereses a menudo disímiles. En esta oportunidad hay una diatriba sobre prioridades, con diferencias tanto axiológicas como de estrategia política.
Los moderados privilegian intentos de mejorar el statu quo con medidas que entusiasmen a votantes a ambos lados del espectro ideológico. También se inclinan por soluciones bipartidistas y por evitar dar pasos que enfurezcan a la oposición republicana, como la eliminación del filibuster.
Para ellos, esa es la mejor forma atraer votos en las próximas elecciones tanto legislativas como presidenciales. Pues al grueso de los ciudadanos no le interesa reformas de mayor envergadura.
En cambio, el ala izquierdista insta a transformar el sistema político, económico y social de pies a cabeza. Para lograrlo están dispuestos a desechar la colaboración entre partidos.
Apuestan a que una mayoría latente desea grandes cambios y que, cuando los beneficios prometidos surtan efecto, convencerán a los que hoy tienen reservas. Así, cuando haya comicios, los demócratas saldrán más fortalecidos que en los últimos años.
Sea cual sea la visión acertada, el punto hoy es que ninguna de las dos es capaz de imponerse sobre la otra. Tampoco han podido negociar un acuerdo.
Los dos recursos de Biden para aumentar el apoyo a su presidencia se mantienen bloqueados justo cuando más los necesita.
El reloj está en contra de Biden y los demócratas. Es muy común en Washington que la oposición triunfe en las elecciones parlamentarias a mitad del período presidencial.
Es decir, un Partido Republicano radicalizado por el expresidente Donald Trump y sus seguidores podría tomar el Congreso y usarlo para obstaculizar toda la agenda de Biden. Solo un aumento considerable en la popularidad del mandatario y su partido podría evitarlo.
Por ahora, no es lo que vemos.