Carlos Marx no tuvo nunca sin saberlo unas grabadora estratégicamente colocada en su sitio más íntimo.
El pasado abril se cumplieron 40 años del masivo éxodo de ciudadanos cubanos, huyendo literalmente por el puerto del Mariel hacia el “enemigo del norte”, que representó un gigantesco puente marítimo de un pueblo que escapaba del ya entonces fracasado modelo estalinista; copiado burdamente por el castrismo desde los años 60.
El Político
Al cumplirse otro aniversario del fallecimiento de Reinaldo Arenas (un 7 de diciembre, como la muerte de Maceo), hay que destacar que su trayectoria literaria ya ha trascendido a su muerte con una obra espléndidamente lúcida y rebelde, atrevida y contestataria, profundamente cubana, de una constante oposición al régimen del 59.
Su genuina literatura siempre ha sido disidente y su narrativa, poemas, ensayos y teatro han desafiado a todo poder represor, pero, sobre todo, su vida y sus obras son irrefutables testigos y veraces testimonios que condenan al Estado totalitario castrista que lo machacó sin piedad y lo trituró en vida, tanto en la Isla y como en el exilio.
Todo el pueblo cubano trabajaba para el opresor
Los cubanos que entonces huyeron en ese post-revolucionario 1980 ya no eran batistianos, ni siquiera latifundistas o burgueses. Mucho menos comerciantes o propietarios, pues ya todos habían sido eliminados… En realidad, por el Mariel salió el pueblo llano y pobre (trabajadores, funcionarios, estudiantes…), porque para esa fecha ya en Cuba no quedaba ningún vestigio del capitalismo prerrevolucionario (que fue erradicado entre 1960 y 1968). Tampoco había “cuentapropista” ni “emprendedores”, todo el pueblo cubano trabajaba para el Estado opresor y, sencillamente, esta descomunal huida a través del Estrecho de la Florida fue una gran espantada popular (unos 125.000 cubanos) que buscaban el camino de la libertad y el progreso que se les negaba en su patria.
Más de 125.000 cubanos salieron de la isla en apenas siete meses —entre abril y octubre de 1980— con destino a Estados Unidos, especialmente a Miami, que se vio superada por la masiva y repentina llegada de ciudadanos que huían del régimen de Fidel Castro, que por aquel entonces todavía contaba con el apoyo de la Unión Soviética. La crisis migratoria del Mariel fue un shock para Cuba y para EE UU, dos países vecinos (uno pequeño; el otro, un gigante) que han convivido más de medio siglo en medio de la desconfianza, y que ahora buscan el sendero del reencuentro. “El mito de la revolución cubana empieza a caer con el Mariel”, afirma sin dudar Sebastián Arcos, director asociado del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de Florida.
El gran aporte de la Generación Mariel
En esa trayectoria de días (una verdadera odisea) salieron decenas de escritores, pintores y artistas cubanos. La lista de autores cubanos que salieron en esa inmensa huida ha crecido por su obra intelectual posterior y hoy son reconocidos en sus respectivos campos de creación, conformando orgullosamente la extraordinaria generación del Mariel.
Estos compatriotas jamás fueron emigrantes, sino cientos de miles de nuevos exiliados políticos que se sumaron a un largo exilio histórico que ya contaba con varios millones. Vale recordar que las autoridades norteamericanas consideraron a esos ciudadanos cubanos como solicitantes de asilo y no los catalogaron como refugiados económicos.
Solo la lista de creadores e intelectuales cubanos que lograron escapar en esa travesía es una muestra más de la gran pérdida de apoyo popular que ya afrontaba el régimen del 59 tras los sucesos de la embajada del Perú y su consiguiente éxodo marítimo.
“Fue un momento traumático para Cuba. Hacía una década que el país estaba domesticado por Fidel Castro. La oposición, los últimos focos guerrilleros, estaban extinguidos. Se había institucionalizado la economía soviética con los planes quinquenales. El país estaba plenamente sovietizado”, afirma Arcos, que en 1980 estudiaba el primer año de la carrera en La Habana. Este investigador sitúa el origen del éxodo del Mariel en 1978, cuando Castro indultó a más de 3.000 presos tras una negociación con el Gobierno de Jimmy Carter. “Hubo un flexibilización del régimen y a Cuba llegaron personas del exilio que estremecieron a las sociedad.
30º aniversario de su muerte en el exilio
Al cumplirse otro aniversario del fallecimiento de Reinaldo Arenas (un 7 de diciembre, como la muerte de Maceo), hay que destacar que su trayectoria literaria ya ha trascendido a su muerte con una obra espléndidamente lúcida y rebelde, atrevida y contestataria, profundamente cubana, de una constante oposición al régimen del 59.
Su genuina literatura siempre ha sido disidente y su narrativa, poemas, ensayos y teatro han desafiado a todo poder represor, pero, sobre todo, su vida y sus obras son irrefutables testigos y veraces testimonios que condenan al Estado totalitario castrista que lo machacó sin piedad y lo trituró en vida, tanto en la Isla y como en el exilio.
Antes de que anochezca es la autobiografía del poeta Arenas, fue llevada al cine e interpretada por el actor español Javier Bardem. Es la historia del aclamado autor Reinaldo Arenas, quien fue perseguido a causa de su homosexualidad en la Cuba de Castro.
Un poeta del destierro
En este sentido, de Arenas se podría decir que es un poeta tardío, pues publicó su primer libro de poesía —el citado El Central (1981)— a sus 38 años, pero con toda certeza podemos afirmar que ya escribía poesía desde su llegada a La Habana a principios de los años 60, aunque no la publicase ni pudiese publicarla por la represión imperante. Como se sabe, él publica su primer libro con 24 años, su reconocida novela Celestino, en 1967 (único libro de Arenas publicado en la Cuba castrista), pues su segunda novela, El mundo alucinante (1969), ya la tiene que publicar en el extranjero, y con su exilio de 1980 publica (en cascada) toda su magnífica obra: innumerables novelas y libros de cuentos, ensayos y teatro… que suman una extensa bibliografía y lo convierten en unas de las voces literarias más representativas del siglo XX cubano.
Sin embargo, como autor cubano (él siendo cubanísimo, guajiro confeso), tuvo que publicar la mayoría de su obra literaria en el destierro hasta su temprana muerte a los 47 años en el exilio neoyorquino (1990) cuando hizo pública su estremecedora carta de despedida, donde culpaba al dictador Fidel Castro de su tragedia personal y la de todo su pueblo.
Carlos Marx
no tuvo nunca sin saberlo unas grabadora
estratégicamente colocada en su sitio más íntimo.
Nadie lo espió desde la acera de enfrente
mientras a sus anchas garrapateaba pliegos y más pliegos.
Pudo incluso darse el lujo de maquinar
Pausadamente
contra el sistema imperante.
Carlos Marx
no conoció la retractación obligatoria,
no tuvo por qué sospechar que su mejor amigo
podría ser un policía,
ni, mucho menos, tuvo que convertirse en policía.
La precosa para la cola que nos da derecho a seguir en la cola
donde finalmente lo que había eran repuestos para presillas
(“¡Y ya se acabaron, compañero!”)
le fue también desconocida.
Que yo sepa
no sufrió un código que lo obligase a pelarse al rape
o a extirpar su antihigiénica barba.
Su época no lo conminó a esconder sus manuscritos
de la mirada de Engels.
(Por otra parte, la amistad de estos dos hombres
Nunca fue “preocupación moral” para el Estado).
Si alguna vez llevó una mujer a su habitación
no tuvo que guardar sus escritos bajo la colchoneta
y, por cautela política,
hacerle, mientras la acariciaba, la apología al Zar de Rusia
o al Imperio Austrohúngaro
Carlos Marx
escribió lo que pensó.
Pudo entrar y salir de su país,
Soñó, meditó, habló, tramó, trabajó y luchó
contra el partido o la fuerza oficial imperante en su época.
Todo eso que Carlos Marx pudo hacer pertenece ya a nuestra prehistoria.
Sus aportes a la época contemporánea han sido inmensos.
La Habana, junio de 1969.
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