Decenas de millones de alumnos en tres continentes no fueron a la escuela, fuerzas de seguridad evitaban concentraciones grandes de personas y quedaban cerradas las puertas de bares, restaurantes y oficinas como parte de una ofensiva global para detener la pandemia del coronavirus.
El Político
El patógeno afectó incluso a los más poderosos: dieron positivo la esposa del primer ministro canadiense, un asesor del líder iraní, un funcionario brasileño que se reunió con el presidente Donald Trump y un ministro australiano que se reunió con el secretario de Justicia estadounidense y con Ivanka, la hija de Trump.
Esgrimiendo preparativos y retórica típicas de una guerra, líderes mundiales llamaron a la solidaridad ante una amenaza que parecía hacer metástasis. Juraron proteger no sólo a los enfermos, sino a quienes están sacrificando su salud y sus ingresos por el bien común. Aun así, proliferaban también los cierres de fronteras, indicio de que la solidaridad entre los pueblos del mundo tiene sus límites.
Ante las promesas de ayuda económica por parte de la Comisión Europea, Francia y Alemania, los mercados mundiales se recuperaron parcialmente de las estrepitosas caídas sufridas en días recientes.
Aumentaban pronunciadamente las infecciones en España, donde el gobierno enclaustró a 60.000 habitantes de cuatro poblados, la segunda vez que se toma esa medida Europa, después de en Italia. En Madrid, donde se han contabilizado casi 2.000 infecciones, muchas de ellas en asilos de ancianos, el gobierno preparaba unidades de cuidados intensivos y consideraba las ofertas de cadenas de hoteles de convertir habitaciones en cuartos de hospital.
El presidente de gobierno español, Pedro Sánchez, declaró el estado de emergencia por dos semanas a fin de poder “movilizar todos los recursos del conjunto del Estado” incluyendo militares, para contrarrestar el virus.
“La victoria depende de cada uno de nosotros, en nuestro hogar, en nuestra familia, en el trabajo, en nuestro vecindario. El heroísmo consiste también en lavarse las manos, en quedarse en casa y en protegerse a uno mismo para proteger al conjunto de la ciudadanía. Tardaremos semanas. Va a ser muy duro y difícil, pero vamos a parar el virus”, declaró Sánchez.
En China, donde la cantidad de infecciones nuevas ha ido disminuyendo, las autoridades tomaron medidas de precaución para evitar un repunte, colocando en cuarentena por 14 días a todo el que llegue del extranjero. Pero el rápido contagio del COVID-19 más allá de Asia frustró toda esperanza de contener la dolencia, pese a las drásticas prohibiciones sobre viajes y eventos sociales.
En Europa y Estados Unidos, los expertos trataban de rastrear la trayectoria de la enfermedad a fin de predecir su ruta futura. El gobierno y el Congreso de Estados Unidos estaban a punto de anunciar un paquete asistencial para ayudar a quienes se vean obligados a ausentarse del trabajo y para facilitar la entrega de kits de pruebas del coronavirus.
El pueblo italiano de Codogno, que prácticamente había quedado convertido en una población fantasma al registrarse allí el primer caso en Italia, demostró que los cambios en la conducta producen resultados: las infecciones nuevas han disminuido drásticamente allí comparado con el resto del país.
“Más que alivio, lo que sentimos es preocupación de que todos los sacrificios fueron en vano”, indicó el alcalde Francesco Passerini, quien al igual que casi todo el resto de la población lleva una máscara.
La meta de las autoridades es frenar la propagación del virus a fin de evitar que los hospitales terminen abrumados por portadores de una enfermedad de la que nadie en el mundo goza inmunidad.
A nivel mundial, 137.000 personas están infectadas y más de 5.000 han fallecido pero la mitad de los que alguna vez tuvieron el virus se han recuperado. La mayoría de los enfermos presenta síntomas leves como fiebre o tos, pero para personas mayores o las que tienen otros problemas de salud pueden ser peores, incluso la neumonía.
Fuente: AP News