Mientras bailaban con la música de un DJ y bebían cócteles en la terraza abierta de un bar junto a la montaña, unos adolescentes de escuelas privadas que usaban zapatillas deportivas Prada y bolsos de Chanel miraban hacia las barriadas de Caracas, la capital de Venezuela, que se extiende por el valle.
Un amplio reportaje del periódico de Nueva York analiza la doble situación que vive el país, tras las saciones de Estados Unidos que han obligado a NIcols Maduro a flexibilidar la economía.
Un país colapsado
En las zonas más pobres, ubicadas en las afueras de la ciudad, los residentes continúan luchando contra la escasez de agua y la desnutrición. Y más allá, en la zona rural, Venezuela colapsa y los venezolanos no tienen acceso a los servicios más básicos, como la electricidad y la presencia de los cuerpos policiales.
Pero, en los últimos meses, los vecindarios más ricos de la capital han experimentado un sorprendente auge económico.
Los centros comerciales, que hace seis meses lucían abandonados, ahora están llenos de gente, y las camionetas importadas recorren las calles. Restaurantes y bares nuevos están apareciendo cada semana en las zonas más prósperas de la ciudad, con sus mesas llenas de empresarios extranjeros, caraqueños a la moda y personas vinculadas al gobierno.
“La gente está cansada de sobrevivir”, dijo Raúl Anzola, gerente del 1956 Lounge & Bar, que organizó la fiesta. “Quieren gastar. Quieren vivir”.
Casi de la noche a la mañana, Nicolás Maduro, el líder autoritario del país, ha logrado que eso sea posible, pero solo para algunos.
Con la economía del país destruida por años de mala administración y corrupción, y luego llevada al borde del colapso por las sanciones de Estados Unidos, Maduro se vio obligado a disminuir las restricciones económicas que alguna vez definieron su gobierno socialista y proporcionaron la base de su legitimidad política.
Esas medidas han ayudado a generar cambios en Venezuela de una manera que pocos en Washington o Caracas habrían imaginado, pero que recuerdan a los casos de sus aliados, Cuba y Nicaragua, que en las décadas relajaron las políticas comunistas y permitieron cierta inversión privada ante el colapso económico.
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Después de años de nacionalizar las empresas, determinar el tipo de cambio y fijar el precio de los bienes más básicos, una serie de medidas que durante mucho tiempo contribuyeron a la escasez crónica, pareciera que Maduro hizo las paces con el sector privado y ahora lo deja trabajar. Y aunque en general la economía del país sigue contrayéndose, la disminución de las regulaciones ha motivado a las empresas que les ofrecen servicios a los ricos o al mercado de exportación a invertir nuevamente.
Ahora los dólares son aceptados en todas partes, a pesar de las frecuentes denuncias de Maduro acerca de que Estados Unidos son la raíz de todos los problemas de Venezuela. La moneda del país, el bolívar, inútil por la hiperinflación, es difícil de encontrar.
“No lo veo mal […] ese proceso que llaman de dolarización”, dijo Maduro en una entrevista televisiva, refiriéndose a la libre circulación de dólares. “Gracias a Dios existe”.
Ver los anaqueles llenos otra vez también ha ayudado a aliviar las tensiones en la capital, donde la ira por la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas ha ayudado a que se desencadenen protestas masivas a lo largo de los años.
En esa nueva economía, los partidarios de Maduro que forman parte de la élite venezolana viven a lo grande con sus negocios y reservas de divisas, que las sanciones de Estados Unidos les impidieron gastar en el extranjero. En el bar 1956, los adolescentes y sus padres bebían champán y hablaban sobre sus próximos viajes en yate.
La transformación también trajo algo de alivio a los millones de venezolanos que tienen familia en el extranjero y ahora pueden recibir y gastar sus remesas en dólares comprando alimentos importados.
Pero ese auge también tiene un costo.
La nueva economía de libre mercado excluye completamente a la mitad de los venezolanos sin acceso a dólares. Esta desigualdad exacerbada, una de las grandes fallas del capitalismo, socava las pretensiones de Maduro sobre preservar el legado de mayor igualdad social dejado por su predecesor, Hugo Chávez, y su “Revolución bolivariana”.
En las zonas más pobres de Caracas, los residentes continúan lidiando con la escasez de agua, la desnutrición y la falta de servicios básicos.
En las zonas más pobres de Caracas, los residentes continúan lidiando con la escasez de agua, la desnutrición y la falta de servicios básicos.Credit…Adriana Loureiro Fernández para The New York Times
En sus discursos, Maduro continúa promoviendo una visión de Venezuela en la que todos comparten sus recursos, pero la brecha entre la retórica y la realidad es mayor que nunca, dijo Ramiro Molina, economista de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.
“La lucha por la supervivencia ha obligado a que el gobierno se vuelva pragmático”, dijo Molina. “Solo la narrativa sigue siendo socialista”.
Incluso algunos miembros del partido gobernante calificaron los cambios del gobierno de Maduro como una traición al movimiento de Chávez, que se inspiraba en el socialismo, y su misión de ayudar a los pobres.
“Este es un capitalismo salvaje que borra años de lucha”, dijo Elías Jaua, exvicepresidente de Chávez, quien todavía forma parte de la directiva del Partido Socialista Unido de Venezuela, el movimiento político que apoya a Maduro.
La producción de petróleo, la mayor fuente de divisas del país, se está estabilizando después de caer a los niveles más bajos desde la década de 1940. Esto se debe a que Maduro relajó el control del Estado sobre el sector y ahora impulsa la inversión privada.
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Pero en vez de continuar con el fastuoso gasto público que definió a la era de Chávez, ahora hay profundos recortes en los programas sociales. El gasto del gobierno de Venezuela cayó un 25 por ciento el año pasado, según Ecoanalítica, una consultora con sede en Caracas.
Cansadas de esperar el cambio político, las clases altas y medias que se oponen a Maduro han aprovechado los ahorros extranjeros acumulados durante la bonanza petrolera de Venezuela en la década de los 2000, cuando el gobierno otorgó a los ciudadanos miles de millones de dólares a tasas de cambio que estaban muy subsidiadas.
Los venezolanos tenían depósitos en el extranjero por un valor de 136.000 millones de dólares en 2018, según el Banco Central del país. Incluso si se divide equitativamente entre los venezolanos, esta cifra equivale a 4500 dólares por persona. Pero unos pocos venezolanos tenían mucho más que eso.
Los que están más abajo en la escala social dependen cada vez más del dinero enviado por los millones de venezolanos que han emigrado en los últimos años para sobrevivir. Alrededor del 40 por ciento de los hogares venezolanos recibe dinero del extranjero, un total de aproximadamente 3500 millones de dólares al año, lo que se ha convertido en un aporte crucial para mantener a flote la economía de Venezuela, según Molina, el economista.
“El gobierno ha sido capaz de lograr el efecto de la abundancia, y es muy poderoso”, dijo Félix Seijas, director de Delphos, una encuestadora con sede en Caracas. “Trae un cierto alivio que ayuda a reducir la tensión social”.
Pero aproximadamente la mitad de los venezolanos no tiene acceso a dólares. La mayoría vive en las provincias donde, según Delphos, apenas sobreviven gracias a las entregas gubernamentales de moneda local devaluada y alimentos subsidiados. Gran parte de esa comida es importada o empacada por empresarios privados que Maduro alguna vez ridiculizó llamándolos golpistas y parásitos.
Para la mayoría de los venezolanos, las reformas de Maduro solo han logrado un modesto alivio ante la devastación económica sufrida en los últimos años.
Mariely Marín, de 30 años, vende algodón de azúcar en una plaza del centro de Caracas. Ella gana 2 dólares al día, apenas lo suficiente para comprar alimentos pero no para tratarse una enfermedad respiratoria que recientemente le afectó un pulmón.
“Esta es una forma de tapar la realidad”, dijo sobre la multitud de personas que se toman selfis en la plaza iluminada y llena de trabajadores informales que venden palomitas y dulces. “Los que conocieron otra Venezuela entienden que las cosas no están bien. Es obvio que la crisis continúa”.
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BAsado en reportaje realizado por Anatoly Kurmanaev y Isayen Herrera