En el rancho que Yuleidis Marcano comparte con su esposo y seis hijos en una empobrecida barriada de Caracas el hambre puede ser una sentencia de muerte. AFP
En vísperas de Año Nuevo casi mueren por comer yuca (mandioca) que un vecino les regaló y que había cultivado sin saber que era una variedad venenosa. "Mi hija Valeria y mi esposo se vieron mal", recuerda.
El episodio registrado en La Vega (oeste de la ciudad) retrata el limitado acceso a alimentos en hogares en extrema pobreza, debido a la hiperinflación y escasez que azotan a Venezuela.
"Con esta situación casi nunca tenemos comida", cuenta cabizbaja Yuleidis, de 26 años, con su bebé de dos meses en brazos.
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— El Político (@elpoliticonews) March 20, 2018
Sus demás hijos, sin embargo, hallaron un paliativo en casa de Gabriela Vega, una vecina que les da almuerzo de lunes a viernes a 85 niños de esa comunidad.
Al lugar llega comida gracias a "Alimenta la Solidaridad", programa de la ONG Caracas mi Convive contra la desnutrición infantil.
Un estudio de la organización Cáritas de agosto pasado situó en 15,5% la desnutrición aguda en 32 localidades de los tres estados más poblados del país.
De los menores que atiende Gabriela, la mayoría solo come yuca. "El único lugar donde comen carne es aquí, incluso para muchos es la única comida del día", sostiene esta enérgica morena de 35 años.
El consumo del tubérculo prolifera por su bajo costo, pero puede confundirse con el que causó la muerte en febrero a seis niños y un adulto, según la diputada opositora Karin Salanova. En 2017 se reportaron una docena de muertes.
– "Edad de piedra" –
Un grupo de escolares con uniformes raídos aguarda para almorzar. Entran en grupos de 12 a la pequeña casa edificada sobre una ladera donde antes había un vertedero de basura.
Paredes de ladrillo sostienen un techo de zinc abollado.
El olor a sopa de res con vegetales se cuela por los vericuetos a los que se llega por estrechas escaleras que arrebatan el oxígeno. Deben comer deprisa para que los demás puedan entrar luego.
Una oración antecede el primer bocado: "Señor, ayuda a los que no tienen nada para comer".
A Gabriela, con tres hijos, le han dicho que un comedor crea más pobreza, pero ella lo justifica: "allá arriba viven personas tan pobres que uno siente que se quedaron en la edad de piedra".
Aunque el gobierno niega que haya una crisis alimentaria y dice haber reducido la pobreza extrema a 4,4% en 2017, la Encovi, un estudio de tres universidades, la ubicó en 61,2%.
Optimista, Mariela Vega, madre de ‘Gaby’, pone sazón al menú. "Los lunes preparamos granos, los martes pasta con carne molida, los miércoles sopa, el jueves papa con huevo y los viernes plátano con salchicha". Un batallón de madres se turna para ayudar.