La deportación desde Colombia de un primer grupo de catorce cubanos, anunciado por la prensa oficial de la isla con una nota de la Cancillería, no va a influir en la cancelación de la mayoría de los planes migratorios de una buena parte de la población.
Al menos eso piensa Diego, quien hace diez meses pidió la baja del trabajo, y se dedica a comprar y revender dólares estadounidenses. “Hice un viaje exploratorio a Rusia para ver las posibilidades de llegar por el Estrecho de Bering a Estados Unidos. Al final me decidí por la vía mexicana. Debido a la corrupción, en México todo se consigue si pagas en efectivo. En septiembre estaré volando a una ciudad azteca.”
Y no irá solo. Le acompañarán su esposa y un bebé de diez meses de nacido. Desafiando los peligros que encierra un viaje controlado por coyotes inescrupulosos y violentos, muchos cubanos se arriesgan en su aventura migratoria viajando con ancianos, hijos pequeños y mujeres embarazadas.
Historias que inspiran
El día antes de volar a Cancún, como muchos cubanos que emigran, Ariel lo celebró comprando una caja de cerveza dominicana Presidente y dos botellas de ron añejo Havana Club.
Solo el padre y un par de amigos conocían de su proyecto migratorio. Semanas antes, la esposa viajó legalmente a Miami bajo el programa de reunificación familiar. Ariel, que no deseaba esperar dos o tres años para reencontrarse con su mujer, ahorró suficiente dinero y contactó con diferentes personas que le allanaron el viaje a México.
En tres días, cruzó la frontera y después de un viaje de 36 horas por carretera, llegó a la Ciudad del Sol en busca de su esposa. Ariel habla cuatro idiomas y ya está buscando trabajo en Miami.
Son historias como esta, con final feliz, las que inspiran a la hornada de futuros emigrantes residentes en Cuba que esperan reunir dinero para emprender la partida.
Éxodo imparable
Esta ola migratoria cubana es diferente a las anteriores. La acaecida en los años 60, fundamentalmente, eran dueños de negocios confiscados por el régimen de Fidel Castro, funcionarios y militares de la dictadura de Fulgencio Batista que huían de la cárcel o el paredón.
En 1980, el puerto del Mariel, marcaría el inicio de la estampida de cubanos adoctrinados por la autocracia verde olivo que escapaban de la pobreza material y el tedioso relato preñado de amenazas bélicas de Estados Unidos y la polarización social para aquéllos que pensaran diferentes.
La emigración de 1994 fue más de lo mismo. Cubanos que huían del manicomio ideológico y económico implantado por los hermanos Castro. Siempre, incluso durante la etapa cuando las salidas ilegales eran sancionadas con años de prisión, existieron personas que se tiraban al mar en cualquier cosa que flotara para, en un entorno de libertad, probar fortuna 90 millas al norte.
Sacando cuentas, después de la llegada de Fidel Castro al poder, la radicalización del régimen y su disparate económico y poderoso control social, cerca de dos millones y medio de cubanos han optado por el exilio.
Ahora, ante la llegada de una nueva etapa de austeridad económica y un impredecible futuro inmediato, miles de cubanos deciden hacer las maletas. En un alto por ciento, estos balseros terrestres viajan legalmente desde Cuba aprovechando las facilidades migratorias aprobadas por el Gobierno de Raúl Castro, en enero de 2013.
En los últimos dos años, si sumamos los cubanos que se han marchado legal, de manera irregular o ilegalmente, la cifra supera los 150.000. Algunos deciden emigrar a Europa, ya sea del brazo de un italiano que puede ser su abuelo o con la ciudadanía española, después de acogerse a la Ley de la Memoria Histórica, y desde el viejo continente vislumbran el panorama viajando cada dos años a Cuba para no perder determinados derechos ciudadanos.
La nueva hornada espera por el fin del caudillismo castrista para decidir su futuro. Otros se van para no regresar jamás. Diez años después de las tímidas reformas económicas emprendidas por el régimen de Raúl Castro, la calidad de vida de una mayoría de cubanos se mantiene igual o peor que en 2006.
Los más pobres, como Heriberto, recogedor de latas vacías de refrescos y cervezas en el municipio Diez de Octubre, no emigran por falta de dinero. “Si tuviera plata o una casa que vender hace rato que me hubiera ido echando. Es preferible ser mendigo en Miami que en La Habana” “Si tuviera plata o una casa que vender hace rato que me hubiera ido echando. Es preferible ser mendigo en Miami que en La Habana”, dice un habanero, comenta, mientras carga un saco repleto de latas.
No pocos dueños de pequeños negocios familiares hacen planes para viajar o ya emigraron. A Carlos, sociólogo, le llama poderosamente la atención que “personas que ganan dinero y sus negocios tienen éxito, deciden emigrar o siempre lo ven como una posibilidad latente. Es una muestra de que no confían en las reformas. Por experiencia personal creen que en un momento determinado el Gobierno puede revertir el estado de cosas”.
Jorge Luis, taxista, considera que “para el Estado los negocios privados son un mal necesario. En cualquier momento los desmantelan con una combinación de altos impuestos, acoso administrativo y fiscalizaciones. Al Gobierno no le interesa que progresen los emprendimientos particulares. Por eso, muchos como yo, tenemos la meta de hacer dinero para luego emigrar con toda la familia”.
Diana, dueña de un próspero establecimiento gastronómico, lamenta no haber podido emigrar mucho antes. “Ahora las cosas se complican. Tengo tres hijos y familiares que nunca dejaría atrás. Pero mi plan es poder radicarme fuera de Cuba. Aquí no hay futuro. Esto no va a cambiar”.
Ni la derogación de la Ley de Ajuste ni las deportaciones masivas de cubanos desde Ecuador o Colombia van a detener a estos cubanos decididos a marcharse de su patria. Y es que la gente siempre intentará escapar de un país donde la vida resulta insoportable.
Con información de Diario Las Américas