El Político.- Trenes van y vienen, horas aceleradas sin detenerse, un tumulto de gente que busca a toda costa llegar a su destino, un vendedor, otro y otro se suben en cada estación con algo en la mano que ofrecer. La radiografía de un mundo subterráneo, donde el más fuerte obtiene su trono en el vaivén del orbe ambulante.
Esa noche del martes las estaciones del Metro de Caracas se mantenían en su habituar. Gente se subía y bajaba de los vagones apresurados para llegar a sus hogares luego de una larga faena. En la estación de Petare, una de las más concurridas del subterráneo, un grupo de personas entre jóvenes, adultos y niños se encontraban reunidos en un espacio del lugar.
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Unos vestían gorras, zapatos deportivos, camisetas o chemises desgastadas. Los niños estaban en cholas, con aspecto decaído como si no hubieran ingerido bocado alguno. Entre ellos murmuraban y contaban el dinero que habían adquirido en la venta y se repartían una nueva mercancía para continuar el trajinar por los vagones del metro. Al menos 30 de ellos se repartieron las estaciones desde Petare hasta Chacao y otro grupo desde Parque Carabobo hasta Pérez Bonalde.
Dentro de sus bolsos cada uno llevaba chucherías con las mismas características y un puñado de efectivo para poder ofrecer el cambio a sus clientes. Esperan la llegada del tren y cuando cierra sus puertas, saludan a los presentes e inician la parafernalia.
Una vida entre vagones
“Barrilete, vendo barrilete, chupeta, caramelos de coco”, repitió constantemente Andrés Hernández (nombre ficticio para proteger su identidad) a los usuarios que se encontraban en el vagón que salió desde Petare esa noche.
Andrés se inició en el mundo de los vendedores ambulantes o como se dicen entre ellos “Los Charleros” cuando tenía 20 años luego de que le amputaran una pierna tras un accidente de tránsito. Ahora tiene más de 40 años de edad, sabe que puede perder la vida en medio de una equivocación si se rompen los códigos que se impusieron.
Los más viejos en el negocio tienen un tren solo para ellos, donde ningún otro vendedor puede subirse, al menos que lo autoricen. Si es así, los más nuevos son enviados a las dos extremos del vagón, donde podrán realizar sus ventas.
Entre vendedores, todos se conocen, cada uno sabe de donde provienen y las familias que tienen que mantener a costa de ventas ambulantes. Entre ellos se respetan y en los vagones de su dominio no aceptan que se suban otros vendedores que no son del grupo.
Si otro vendedor, que no es del grupo habitual, se sube a los vagones del metro es señalado de “chocar el tren”, que se refiere a obstaculizar la labor del vendedor ambulante que se encuentra en ese momento. Y es en ese instante, donde se registran discusiones, agresiones físicas y peleas a cuchillos entre ellos, que pueden terminar en desgracia.
Una multa para continuar
Andrés sabe que este mundo tiene sus riesgos: vivir el día a día huyendo de los operadores del metro, de los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y de la Guardia Nacional (GN). Los funcionarios de la PNB y la GN cada cierto tiempo realizan operativos sorpresa dentro de los vagones, buscando vendedores ambulantes que estén desprevenidos en plena tarea.
En cada procedimiento se llevan detenidos a más de cuatro vendedores, y estos pagan una multa para que los dejen seguir con su acostumbrar. La multa oscila la minina en Bs. 5.000 y muchos la cancelan a los funcionarios para seguir deambulando por los pasillos del tren.
Los “pedigüeños” también colman el subterráneo
Jesús Ramírez (nombre ficticio para proteger su identidad) tiene un año pidieron en el Metro de Caracas. A él como a varios de su grupo los llaman los “pedigüeños”, aquellas personas que presentan alguna discapacidad o necesidad, que deambulan por los vagones solicitando una ayuda en dinero o comida. Jesús comenta que tanto él como sus colegas salen del rincón, donde pasaron la noche en la intemperie, e ingresan día a día entre 8:00 y 9:00 de la mañana a la estación más cercana para comenzar su andar en el subterráneo.
Ramírez cuenta que algunos lo hacen por necesidad, como él que sufre de epilepsia y tiene que reunir dinero para comprar sus medicamentos. Otros para él se convierten en “pedigüeños”, solo por la facilidad.
Vía El Estímulo