La escasez de fármacos obliga a las ONG a movilizarse para salvar a miles de ciudadanos sin tratamiento.
La cura de Ángel Gutiérrez, un niño de cinco años con cáncer, está en el centro de un laberinto político. “Lo que más me angustia es que su tratamiento médico se interrumpa por la crisis que hay en Venezuela”, dice frente al hospital su madre, Marilyn Ochoa, en referencia a la deriva económica e institucional del país sudamericano. “Hasta mi esposo se fue a Colombia para intentar establecerse y poder llevar al niño. Por ahora debemos resistir aquí”. Mientras se remodela la fachada del lugar, el hospital José Manuel de los Ríos —el principal centro de atención para niños de Caracas—, los doctores explican a los padres de los pacientes que no tienen insumos para atender emergencias. “No necesitamos paredes pintadas, sino un quirófano que funcione y medicamentos para los niños”, critica Marilyn.
La lujosa y costosa visita de Jorge Rodríguez y su familia a México
Según estimaciones de Bank of America Merrill Lynch, Venezuela fue el principal importador de medicinas de América Latina en 2013 con compras por 3.700 millones de dólares (3.150 millones de euros). La caída desde entonces ha sido estrepitosa. El desplome del precio del petróleo a partir de 2014 ha dejado al Gobierno sin divisas para importar productos de primera necesidad ni para distribuir entre la ya de por sí escasa industria farmacéutica venezolana, ahora sin acceso a insumos para producir. De acuerdo con cifras de Naciones Unidas, entre 2013 y 2015, la disminución de la importación de medicinas fue del 39,1% en el país. La Federación Venezolana Farmacéutica cifraba la escasez de medicamentos el año pasado en el 80%.
El Gobierno impide la entrada de ayuda humanitaria porque, según coinciden críticos del régimen, eso implicaría reconocer la existencia de la crisis. Mucha gente apela a las donaciones internacionales, para lo cual se han movilizado numerosas ONG, al intercambio o la compra de medicinas en el mercado negro como alternativas. Ángel debe trasladarse mensualmente desde la ciudad de San Cristóbal, en el Estado de Táchira (Andes), hasta Caracas para ser atendido en el centro médico. Se trata de un viaje de entre 12 y 24 horas por carretera. “Si no lo hacemos, condenaríamos a muerte a Ángel. En San Cristóbal solo hay un oncólogo pediátrico. No hay insumos médicos, tampoco equipos”, explica la madre.
Su hijo necesita una Gammagrafía con MIBG para evaluar el avance de su enfermedad, un neuroblastoma de alto riesgo —un tumor maligno formado por células nerviosas—. Pero no existen las sustancias indispensables para realizarlo en el hospital. “No se está haciendo en Venezuela por falta de reactivos. Nuestra opción sería hacerlo en Colombia, donde es muy costoso para nuestra familia”, se lamenta Marilyn.
Cerco sanitario
La ONG Una Medicina para Venezuela es una de las que recolecta medicamentos para ayudar a enfermos como Ángel, atrapados en el cerco sanitario. La organización envía las medicinas por medio de compañías locales que deben sortear una sarta de obstáculos en cuyo extremo se encuentra el Seniat, la autoridad aduanera venezolana, dirigida por el hermano de Diosdado Cabello, el número dos del chavismo.
Caracas prohíbe el transporte privado de medicinas y alimentos, a lo que se suma la corrupción campante en las aduanas, según explican en una entrevista los venezolanos Vanessa Pineda, presidenta de la ONG, y el cantante Carlos Baute, miembro de la organización. Una vez superadas las numerosas barreras, la red de ayuda debe cuidarse de llamar la atención con grandes almacenamientos, so pena de ser acusados de contrabando.
La ONG venezolana Codevida se encarga de la distribución sobre el terreno. “La farmacia pasó de recibir 300 llamadas al mes en 2016 a 5.000 este año”, afirman Pineda y Baute. Codevida reúne información sobre las medicinas más demandadas, entre las que se encuentran las necesarias para operaciones de trasplante de órganos, analgésicos para terminales, medicamentos para la esclerosis múltiple, la hepatitis…
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Con información de El País