El cruce de reproches entre la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de EEUU, Donald Trump, pone a prueba un eje transatlántico basado en la lealtad casi incondicional desde tiempos de la guerra fría y que hasta ahora superó todos los altibajos, bilaterales o globales.
La frase del "bad, very bad" -"malo, muy malo"- aplicada por Trump a los alemanes o a su superávit exportador, en Bruselas o vía twitter, contrasta con el "ich bin ein berliner" ("soy un berlinés") pronunciado por John K. Kennedy en 1963, en el Berlín del muro.
Con ese mensaje, expresó su solidaridad hacia la ciudad símbolo de la guerra fría, dos años después de la construcción de la que se denominó "franja de la muerte".
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La frase pervive en la memoria colectiva -y no sólo en estos días, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Kennedy-, como lo hace el recuerdo del puente aéreo aliado que, entre 1948 y 1949, abasteció a la ciudad mientras duró el bloqueo soviético sobre su sector occidental.
Ambos capítulos suelen estar presentes en los discursos institucionales alusivos al eje transatlántico, al igual que otra frase de un presidente menos carismático que Kennedy, Ronald Reagan, en 1987:
"Mister Gorbachov: abra esa puerta, derribe ese Muro", instó Reagan al entonces líder soviético, Mijail Gorbachov, para que diera paso a una apertura en los países tras el Telón de Acero, la cual simbólicamente pasaba por el derribo del Muro de Berlín.
La Alemania de Merkel no es aquel país necesitado de protección aliada, en cuya mitad comunista creció la canciller; es una potencia económica determinada a asumir sin complejos el liderazgo político europeo, compartido ahora con la Francia de Emmanuel Macron.
Los mensajes hostiles de Trump no son nuevos y encajan en su temperamento, mientras que sí ha sorprendido la respuesta de la habitualmente contenida Merkel llamando a sus socios europeos a "tomar su destino en sus manos".
La canciller no lo tuvo fácil con "su" primer presidente de EEUU, George W. Bush, con quien tuvo que recomponer un eje transatlántico maltrecho después de que su antecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, se negara a participar en la guerra de Irak (2003).
Con Barack Obama tuvo asimismo un mal arranque, primero, al impedirle hablar como candidato a la Casa Blanca en la Puerta de Brandeburgo, en 2008, y después, tras revelarse con el espionaje estadounidense pinchó su teléfono móvil.
El socialdemócrata Schröder sacó provecho político a su oposición a los planes bélicos de Washington en Irak, que encajó bien entre el electorado izquierdista, como recordaba estos días un artículo de opinión de "Frankfurter Allgemeine Zeitung" (FAZ).
El pronunciamiento ahora de Merkel tiene asimismo una lectura electoral, consideraba ese diario, trazando un paralelismo entre la señal enviada por la canciller y los sonoros "basta ya" que caracterizaron a su antecesor, Schröder.
La primera advertencia de Merkel, sintetizada en la frase "los tiempos en que se podía confiar completamente en otros han quedado atrás", fue pronunciada en una carpa cervecera en Baviera, el "Land" del que en los últimos años han procedido las críticas más duras a la línea de la canciller.
El lunes repitió la frase en Berlín e hizo hincapié en que ello no implica una ruptura con EEUU: "Somos y seguiremos siendo estrechos aliados. Somos y seguiremos siendo convencidos defensores de las relaciones transatlánticas".
La línea rupturista no es lo que caracteriza a Merkel; menos aún frente a EEUU, aliado irrenunciable en la lucha contra el terrorismo internacional, además de segundo gran socio comercial, tras el bloque de la UE.
En lo que sí tiene experiencia la canciller es en emanciparse oportunamente de pesos históricos que acaban en lastre.
Legendario fue su artículo publicado en el mencionado FAZ, en 1999, llamando a su Unión Cristianodemócrata (CDU) a emanciparse del patriarca, Helmut Kohl.
La CDU había pasado a la oposición con la victoria electoral de Schröder y estado hundida en un escándalo de financiación irregular bajo los 25 años de la llamada "era Kohl".
Merkel asumió así las riendas del partido entonces en entredicho, para transformarlo progresivamente en una formación leal a su liderazgo mientras arrinconaba, uno a uno, a sus rivales internos.
Desde entonces, han pasado ya tres legislaturas y Trump es su tercer presidente al otro lado del Atlántico.
Fuente: EFE